Desde que tengo uso de memoria, los cumpleaños fueron todo un acontecimiento en mi casa. Teníamos un ritual: despertar al cumpleañero con “Las mañanitas”, lo más temprano posible (cabe aclarar que “Las mañanitas” que teníamos eran la versión cantada por Alberto Vázquez, la cual siempre me hizo reír cuando llegaba a la parte que donde él decía “levántate chiquitita”).
Total que el chiste era levantarse antes de lo que normalmente se levantaba la persona en cuestión y sorprenderla con “Las mañanitas”, seguidas de abrazos y regalos. Después seguían varias llamadas del resto de la familia: Papá Oni y Carmelita solían ser los más tempraneros (a veces hasta le ganaban a la serenata de Alberto Vázquez) y así el teléfono sonaba y sonaba varias veces.
Se continuaba con las actividades normales, pero en la tarde o en la noche se retomaba el festejo, ya fuera en “petit-comité” o con toda la familia; comida o cena, en casa o en restaurante, siempre con el correspondiente pastel (no hay cumpleaños sin pastel, que quede claro).
Y así pasaron 5, 9, 10, 20, 29 años…
A unas cuantas horas de llegar a los 30, sigo repasando estos años que he desmenuzado desde hace algunos meses. ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho? ¿Qué me falta hacer? ¿Qué he aprendido? Mucho, sin duda; a veces a la buena, otras a la mala. He compartido infinidad de experiencias con gente que amo, con gente que me enoja, con gente que ha llegado y que se ha ido, pero sobre todo con las personas que siempre han estado ahí: mi familia, donde también ha habido pérdidas y distanciamientos, al igual que reencuentros y el recibimiento de nuevos integrantes que vienen a aprender y enseñar. Papás, sé que siempre cuento con ustedes, pase lo que pase, tenga los años que tenga; gracias por amarme y ayudarme a ser como soy. Gracias también a mis hermanos, que siempre me han cuidado, consentido, orientado, protegido... son los mejores que pude tener.
Hace un par de años inicié mi propio camino y planté una semilla que espero ver crecer cada día más hasta transformarse en un gran árbol. Ariel: simplemente no tengo palabras para decirte cuánto te amo. Nos elegimos mutuamente para estar juntos en un viaje que apenas empieza, así que sostén mi mano y vayamos siempre adelante, nunca hacia atrás.
La vida me concedió también, así de pronto, el título de tía, de madrina, de "belle-soeur". Hoy no sé qué haría sin ustedes, mi nueva familia.
Cada año me han acompañado amigos; algunos siguen ahí, de otros ya no sé nada, de otros tampoco me interesa saber (también la ingratitud tiene un precio), aunque les agradezco lo que en su momento me brindaron. Con cada amistad viví cosas importantes: la infancia, la adolescencia (sí, los corazones rotos a la primera provocación, las eternas llamadas telefónicas), la juventud (más corazones rotos, la primer borrachera), el descubrir intereses, el compartir expectativas, el aliviar las pérdidas, el disfrutar los logros, el aprender juntos. Soy afortunada de contar con amigas que se han vuelto mis hermanas, mis confidentes, mis consejeras (a veces hasta mi conciencia) o simplemente atentas escuchas. Agradezco el tener amigos que han estado ahí a pesar de los años, de la distancia, de las actividades, de las parejas, del trabajo, del poco tiempo.
Gracias por los conjuros y por la magia brujitas; gracias por las despedidas de soltera adelantadas; gracias por los bailes, los churros rellenos y los “night-ride”; gracias por hacerme sentir menos “freaky”; gracias por compartir música, y textos, y películas; gracias por las tardes de té y las mañanas con café cargado; gracias por la “pura vida” y los “maes” incondicionales; gracias por las risas en el chat y por los chismes editoriales sazonados con mezcal; gracias por compartir las dietas y por arrasar con mis trufas; gracias por la confianza, por los cuestionamientos, por los regaños; gracias por gritar conmigo en los conciertos y por acompañarme a los cockteles; gracias por las tardes de rocola en Coyoacán y las quesadillas de Los girasoles; gracias por los libros que hemos parido y los que se han quedado en el camino; gracias por los amigos mutuos y las fiestas en los Dinamos; gracias por las vidas paralelas y las torceduras compartidas; gracias por las faldas pintarrajeadas y los paseos a La Feria; gracias por los ensayos y los cafés de El Jarocho; gracias por los intercambios navideños y las tardes en la UNAM; gracias por los "cosmo" y las "leidis nait". De verdad, gracias a todos por estar ahí.
Ya falta poco, sólo una hora. Espero verlos ahí, del otro lado de los 30.
Qué padre tu post... Claro que me hizo ojito Remi el primer párrafo, porque tengo recuerdos muy parecidos de mis primeros cumpleaños.. Nuestra versión de las mañanaitas es la Anguiano.. "levántate... más tempranoooooo". Oh sí!
ResponderEliminarFelicidades, muchas felicidades
Te quiero,
Jess