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Odiseo y Calipso (1883) de Arnold Böcklin |
Es bien sabido que, gracias a la intervención de Palas Atenea, en una reunión que celebraron los dioses en el Olimpo, se decidió que Odiseo fuera liberado ya que permanecía cautivo en manos de la ninfa Calipso. En esa reunión, Atenea alegaba que no era justo que lo hubieran tenido preso tanto tiempo, mientras en su casa los pretendientes de su esposa se estaban acabando sus bienes y cuando su hijo estaba en peligro por los planes de esos mismos hombres de matarlo en cuanto regresara.
Zeus no se negó a la petición de su hija predilecta e inmediatamente ordenó a Hermes que fuera a visitar a Calipso para darle la orden y para brindarle a Odiseo una balsa en la que pudiera escapar.
Hermes le comunicó a Calipso el designio de los dioses y ésta, enfurecida y triste, expresó su inconformidad, aunque sabía que de nada le serviría ir contra Zeus, por lo que al final se resignó y dejó libre a su amado Odiseo.
Sola se quedó Calipso, observando desde la isla la figura de la barca alejándose hacia el horizonte incierto.
Pasaron varios días en que la hermosa diosa no hallaba consuelo en nada: ni en los manjares exquisitos que le proporcionaban sus criadas, ni al observar la excelsa forma en que la Aurora pintaba el cielo, ni en las constelaciones brillando en el manto nocturno.
Un día de esos en que miraba triste el mar por donde había partido su Odiseo, descubrió que a lo lejos se veía la figura de un hombre, sostenido apenas de unas tablas rotas; su primer pensamiento fue: “¡Regresó!”. Con el impulso que le brindaba su felicidad, se puso de pie inmediatamente. Se acercó a la orilla y se metió al mar para rescatarlo y llevarlo a tierra firme.
Cuando por fin logró llegar a la playa, descubrió desilusionada que no se trataba del mismo hombre que hacía veinte años había salvado; sin embargo, era un hombre fuerte y apuesto, parecía ser de un linaje de héroes, valiente como el anterior, así que decidió curarlo y brindarle sus cuidados hasta que se recuperara.
Parecía que, con este nuevo quehacer, la ninfa había encontrado otra vez una ocupación que la libraba de la tristeza de su reciente pérdida.
No habían pasado más de tres días y el extraño hombre ya se había recuperado por completo. Cuando obrió los ojos por primera vez, Calipso le preguntó su nombre. El hombre respondió con voz apagada: “Eutiloo”.
Conforme pasaron los días, Calipso encontró una buena compañía en aquel hombre que le trajo el ancho mar. Él le contó la historia del viaje que lo había llevado ahí. Al parecer, dos hombres que se hacían llamar sus amigos lo invitaron a navegar a una isla cercana a su tierra, ya que supuestamente había bellas doncellas ahí que podían interesarle. Al subir al barco, éstos lo golpearon y lo amarraron. El verdadero motivo del viaje era abandonarlo en la inmensidad de las aguas para que se muriera, puesto que uno de ellos se entendía con su esposa y Eutiloo resultaba un estorbo para el amor de los adúlteros. Al parecer, este hombre tenía el favor de los dioses, pues no pereció en la travesía. Vino una tormenta que destrozo la nave, pero él, aunque inconsciente, logró sobrevivir.
Esta historia conmovió a Calipso, quien le brindó su compañía y su amor, como solía hacer con Odiseo.
Tiempo después, parecía que Calipso no recodrdaba al viejo héroe de la Guerra de Troya, pero descubrió entre sus cosas el manto con el que lo cubrió por primera vez y las lágrimas escaparon de sus cuencas.
Eutiloo la descubrió y le preguntó:
– ¿Qué te pasa bella mia?, ¿qué pesares acongojan tu alma?
– No es nada, sólo recordé mi desdicha, la desdicha provocada por los caprichosos dioses que habitan el Olimpo –contestó Calipso tratando de ocultar sus lágrimas.
– Pero cuéntame, que me intriga saber la causa de tu dolor.
– Todo empezó hace más de veinte años, cuando un hombre, así como tú, llegó traído por las olas a esta isla. Le salvé la vida, después de ser el único que sobrevivió a la furia de los dioses.
– ¿Y cuál es el nombre de aquel dichoso?
– Su nombre es Odiseo, uno de los grandes héroes de la guerra de Troya.
– He oído de sus proezas. Pero todavía no entiendo el porqué de tu dolor –respondió Eutiloo ansioso de escuchar la historia.
– Lo rescaté del mar y cuando estuvo en buena salud, disfruté del amor con él y lo mantuve a mi lado veinte años. Por desgracia, en ocasiones su pensamiento lo llevaba a recordar a su esposa y al hijo que dejó recién nacido cuando partió a la guerra. Entonces, se pasaba días llorando, viendo desde aquella roca hacia el límite del mar y del cielo.
– Pero, ¿permaneció tantos años a tu lado?, entonces no creo que haya querido partir realmente.
– Yo me decía lo mismo, pues por momentos parecía estar feliz a mi lado. Pero después me di cuenta de que le dolía más no saber de su tierra, de su hijo, de su casa. A pesar de esto, no había forma de que saliera de la isla, pues no poseo ninguna barca que pudiera servirle para navegar el irritado océano.
– ¿Y qué ocurrió entonces? –siguió interrogando Eutiloo, curioso de saber el desenlace.
– Como es bien sabido, ningún ser sobre este mundo, ni mortal ni inmortal, puede contradecir los designios de Zeus, el Padre de los dioses. Un día vino Hermes a darme el mensaje del Crónida: tenía que liberar a Odiseo.
– ¿Y, por qué?
– ¿Por qué ha de ser? Zeus, inducido por Atenea, se dio cuenta de que era hora de que Odiseo cumpliera su destino, y ése no era estar junto a mí, sino regresar a su amada Ítaca, con su esposa Penélope y con su hijo Telémaco.
– Y tuviste que dejarlo ir...
– Así es, ¿quién se atreve a impedir las órdenes del gran Zeus? Si alguien lo hiciera, sufriría los peores castigos jamás imaginados. De todas formas, detesté no poder hacer nada. Me estaban quitando lo que era mío. Yo lo rescaté, siendo que ellos fueron quienes lo dejaron desamparado, y cuando al fin su capricho fue saciado, vienen a arrebatármelo sin ninguna piedad.
Las lágrimas de la Calipso corrían por sus mejillas rosadas, sus ojos destilaban toda la impotencia y el dolor que le provocaba aquel recuerdo; se enfureció tanto que comenzó a gritar viendo hacia el cielo, olvidándose de que Eutiloo estaba junto a ella:
– ¿Por qué, oh gran Zeus, te complaces en manejar a tu antojo a todas las criaturas que vivimos en esta tierra? ¿Acaso no sientes piedad por nuestro sufrimiento? ¿De qué me sirvió ser diosa si él prefirió regresar junto a una mortal? ¡Qué humillación! ¡Ser despreciada por un mortal que prefiere a una simple mujer que no iguala en belleza a ninguna diosa!
– Calipso, tranquilízate, ya nada puedes hacer. Acepta mejor lo que estaba ya previsto para él. De nada te sirve gritar hacia el Olimpo. No vaya a ser que Zeus se enoje y reúna todo su poder contra ti –dijo Eutiloo tratando de consolarla.
– Tienes razón. Además, no vale la pena que yo siga rebajándome a llorar por un mortal. ¡Una diosa llorando por un simple mortal! –y una carcajada sonora se escapó de su boca, llegando a todos los rincones de la isla.
Por la noche, cuando el silencio reinaba en la isla, Calipso seguía despierta y se preguntaba: “¿Qué hará ahora Odiseo? ¿Qué prodigios tendrá Ítaca para añorarla tanto? ¿Qué secretos guardará Penélope que lo embrujan? Ojalá todavía recuerde quién soy yo, ojalá todavía piense en mí, mi querido Odiseo...”
Mientras, en Ítaca, una voz masculina, apagada por la nostalgia, pronunciaba su nombre: “Calipso...”
Texto recuperado de un trabajo escolar :)
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