martes, 7 de enero de 2014

Cuerpo y maternidad

Es bien sabido que las mujeres solemos tener prejuicios sobre nuestro cuerpo, más en los últimos años, donde la moda, la publicidad, la televisión y diversos factores nos han taladrado en la cabeza que un cuerpo “perfecto” tiene ciertas medidas (diminutas), sin celulitis, sin estrías, con un brillo sospechosamente “ideal” (tanto así que sólo se logra por computadora).
Estoy embarazada, con 36 semanas de gestación. Y sí, mi cuerpo ha tenido un sinfín de cambios: hormonales, externos y también ha habido una transformación interna, espiritual y mental. Y en todos estos meses me ha rondado una idea en la cabeza: ¿cómo es que nos atrevemos a criticar nuestro cuerpo?, ¿a afirmar que no es “perfecto”? ¿Qué más perfección puede haber que la de gestar, nutrir y dar vida? Las mujeres somos perfectas, tenemos una divinidad insospechada y se nos ha olvidado. Pero además, nos hemos llenado de miedo. Ese miedo a no ser suficientes, a no ser capaces, a no dar el ancho, a no poder, a sufrir.
Desde que supimos que estábamos esperando un bebé, mi esposo y yo tomamos la decisión de prepararnos para tener un parto natural (así es, PREPARARNOS, porque, como para un maratón, hay que preparar el cuerpo y la mente) y a raíz de eso, el comentario constante que he escuchado más durante mi embarazo es: “¿no tienes miedo?”, “¡qué valiente!”, o “eso dices ahora, ya te veré…”. Y con esto no quiero juzgar a nadie ni cuestionar las decisiones que otras mujeres han tomado. Simplemente, me parece revelador que lo que prevalece es el miedo y, en ocasiones, la desinformación; y este miedo no sólo permea entre las mujeres que ya pasaron por un parto (pocas) o una cesárea (la mayoría), pareciera que fuera una “misión” el difundir esa imagen terrorífica de dar a luz.
Recuerdo muy bien que mi mamá siempre me dijo: “Tener un bebé no es como en las películas o en la tele. Claro que hay dolor, pero es algo soportable y es algo natural”. Tal vez yo tuve la ventaja de crecer escuchando eso y de sentir la confianza que mi mamá me transmitía al respecto; afortunada yo. Hoy se lo agradezco infinitamente porque sé que mi visión de la maternidad está empapada de lo que recibí de ella y eso me llena de orgullo y tranquilidad.
A final de cuentas, creo que le tenemos miedo a nuestra feminidad. ¿Será acaso que después de tanta "liberación sexual" la mujer ha sido reducida sólo a esa faceta? Y no pretendo tampoco irme al extremo de la imagen virginal, pura, excesivamente cursi, de la madre abnegada que lo soporta todo, sino a un punto medio donde confiemos en nuestra esencia, en nuestra naturaleza y en lo que nuestro cuerpo maravilloso es capaz de hacer. Me parece que sólo así retomaremos realmente nuestro papel como mujeres y nos revaloraremos en la justa medida.
Yo por lo pronto, estoy ya en la cuenta regresiva, esperando el momento en que Alexia, mi hija, me indique que ya es hora de ponernos a trabajar para traerla a este mundo. Estoy segura de que será una experiencia intensa en toda la extensión de la palabra, pero también excepcional y transformadora. 

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