Es bien sabido que las mujeres solemos tener prejuicios
sobre nuestro cuerpo, más en los últimos años, donde la moda, la publicidad, la
televisión y diversos factores nos han taladrado en la cabeza que un cuerpo “perfecto”
tiene ciertas medidas (diminutas), sin celulitis, sin estrías, con un brillo
sospechosamente “ideal” (tanto así que sólo se logra por computadora).
Estoy embarazada, con 36 semanas de gestación. Y sí, mi
cuerpo ha tenido un sinfín de cambios: hormonales, externos y también ha habido
una transformación interna, espiritual y mental. Y en todos estos meses me ha
rondado una idea en la cabeza: ¿cómo es que nos atrevemos a criticar nuestro
cuerpo?, ¿a afirmar que no es “perfecto”? ¿Qué más perfección puede haber que
la de gestar, nutrir y dar vida? Las mujeres somos perfectas, tenemos una
divinidad insospechada y se nos ha olvidado. Pero además, nos hemos llenado de
miedo. Ese miedo a no ser suficientes, a no ser capaces, a no dar el ancho, a
no poder, a sufrir.
Desde que supimos que estábamos esperando un bebé, mi esposo
y yo tomamos la decisión de prepararnos para tener un parto natural (así es, PREPARARNOS, porque, como para un maratón, hay que preparar el cuerpo y la mente) y a raíz de
eso, el comentario constante que he escuchado más durante mi embarazo es: “¿no
tienes miedo?”, “¡qué valiente!”, o “eso dices ahora, ya te veré…”. Y con esto
no quiero juzgar a nadie ni cuestionar las decisiones que otras mujeres han
tomado. Simplemente, me parece revelador que lo que prevalece es el miedo y, en
ocasiones, la desinformación; y este miedo no sólo permea entre las mujeres que
ya pasaron por un parto (pocas) o una cesárea (la mayoría), pareciera
que fuera una “misión” el difundir esa imagen terrorífica de dar a luz.
Recuerdo muy bien que mi mamá siempre me dijo: “Tener un
bebé no es como en las películas o en la tele. Claro que hay dolor, pero es algo
soportable y es algo natural”. Tal vez yo tuve la ventaja de crecer escuchando
eso y de sentir la confianza que mi mamá me transmitía al respecto; afortunada
yo. Hoy se lo agradezco infinitamente porque sé que mi visión de la maternidad
está empapada de lo que recibí de ella y eso me llena de orgullo y
tranquilidad.
A final de cuentas, creo que le tenemos miedo a nuestra
feminidad. ¿Será acaso que después de tanta "liberación sexual" la mujer ha sido reducida sólo
a esa faceta? Y no pretendo tampoco irme al extremo de la imagen
virginal, pura, excesivamente cursi, de la madre abnegada que lo soporta todo,
sino a un punto medio donde confiemos en nuestra esencia, en nuestra naturaleza
y en lo que nuestro cuerpo maravilloso es capaz de hacer. Me parece que sólo
así retomaremos realmente nuestro papel como mujeres y nos revaloraremos en la
justa medida.
Yo por lo pronto, estoy ya en la cuenta regresiva, esperando el momento en que Alexia, mi hija, me indique que ya es hora de ponernos a trabajar para traerla a este mundo. Estoy segura de que será una experiencia intensa en toda la extensión de la palabra, pero también excepcional y transformadora.