Ser hija del profesor Ricardo Camacho ha sido uno de los más
grandes orgullos que he llevado conmigo desde niña. Recuerdo que lo dibujaba
con su traje, sentado en un escritorio, sonriente, con su característico
peinado. Un hombre trabajador, comprometido siempre con su vocación de maestro
y con su labor en este mundo. Pero sobre todo, un papá amoroso que cuando me
cargaba me hacía sentir en la cima del mundo, segura, amada, protegida.
Recuerdo que en la época de mi niñez cuando tuve pesadillas,
corría al cuarto de mis papás y les decía: “Soñé feo”. Él me abrazaba y me
comenzaba a decir muy suavemente: “Imagínate que estás en un campo de flores,
con muchos colores y aromas, con pajaritos cantando y árboles muy grandes…”.
Así continuaba hasta que me quedaba dormida de nuevo y me llevaba de vuelta a
mi cuarto.
Así como todos los alumnos que ha tenido durante su vida, yo tuve
la fortuna de aprender de él todo tipo de enseñanzas: de él aprendí la gratitud
hacia Dios y la virtud de cuestionar siempre todo, buscando verdades más
grandes; a él debo mi gusto por la lectura, pues nunca faltaron libros en
nuestra casa; por él tuve la confianza de que es posible encontrar una pareja
con la que se puede formar una familia; él nos dio a mis hermanos y a mí la
libertad de escoger nuestro camino siguiendo nuestra vocación y no guiados por
la típica frase “¿de qué vas a vivir?”; él nos enseñó a nutrir nuestro
intelecto y nuestra alma; con él aprendí que el amor de un padre no tiene fin,
porque aún hoy, a mis 32 años, sé que sigo siendo su pequeña hija.
No me queda más que agradecerle a Dios por un año más de vida que
le concede y porque sé que todavía tengo mucho que aprender de él.
¡Felicidades papá!
Te amo con toda mi alma.
Áurea Citlali
(fiesta sorpresa para celebrar sus 70 años,
cumplidos el 31 de octubre de 2014).