Hay una canción que dice: “¿Cuánto me debía el destino, que contigo me pagó?” Siempre me pareció hermosa esa idea de esta conexión más allá de esta vida presente y, aunque la canción se refiere a un vínculo romántico, yo lo quiero aplicar a esta unión de almas que existe entre mi papá y yo. No porque el destino me debiera algo, sino porque Dios me bendijo con su presencia en esta vida.
Siempre ha sido un padre amoroso, responsable, a veces estricto y firme, pero sobre todo una presencia que, desde que tengo memoria, nos ha guiado hacia buscar verdades más grandes, a voltear al interior y hacerle caso a la voz del corazón. Tal vez, además de la vida, ese haya sido el regalo más grande que me ha dado: la certeza de ser amada incondicionalmente por él y por esa gran presencia universal que llamamos Dios.
Esos entendimientos han llegado a mí ya en una edad adulta, pero desde niña he tenido la evidencia de su amor a través de pequeños detalles: sus cálidos y estrujados abrazos, sus palabras de consuelo, sus consejos, su forma de ver la belleza en el mundo, su voz profunda que reconforta, sus manos que sanan, sus enseñanzas, su compasión por los demás, su afán de ayudar y servir.
Papá, son muchas las cosas que podría enumerar de ti, pero en este momento de celebración solo me queda decir: “Cuánto me debía el destino que contigo me pagó?”.
Gracias a Dios por tu existencia y por las maravillosas sincronicidades que me han permitido ser tu hija en esta vida. ¡Te amo!