jueves, 18 de septiembre de 2014

La casa de mis "abues"

Llegar a casa de mis “abues” era un deleite, no sólo porque mi abuelita se aseguraba de siempre tener gelatinas preparadas, platanitos dominicos y a veces galletas de nata, sino porque además el patio era literalmente un paraíso: árboles frutales, pasto, sombra, pajaritos bajando a comer las migajas que mi abuelita recolectaba y desmenuzaba para ellos. El patio era nuestra cancha de futbol. Mis primos, mi hermano y yo, jugábamos cada vez que coincidíamos. Neto y yo éramos un equipo, Joel y Arturo otro. Yo era la portera, y bastante buena, hasta que un izquierdazo de Arturo estrelló la pelota contra mi cara y me sangró la nariz, desde entonces cierro los ojos cuando viene una pelota hacia mí. Ahí terminó mi prometedor futuro en los deportes…
Además de esto, falta mencionar que mi abuelito era carpintero y su taller era otra fuente de diversiones. Yo juntaba pedazos de madera y “armaba” carritos, clavaba una pieza contra otra, la lijaba o jugaba con la viruta que se juntaba en el piso. Era un placer ver a mi abuelito Ángel haciendo un mueble, cuidaba cada detalle, todas las piezas encajaban perfectamente. Yo todavía tengo el juego de recámara que me hizo: cama, buró y cajonera.
Mi abuelita, por su parte, era costurera y repostera. En cada cumpleaños, ella me hacía un vestido y también se encargaba de que mis muñecas tuvieran su ropa a la medida. Confeccionó incontables vestidos de XV años –incluyendo el mío– y de novia –incluyendo el de mi mamá.
Mi abue Conchita era la mejor compañera de juegos. Recuerdo que tenía para mí un set de instrumentos de cocina, pero en chiquito, para jugar a la comidita. Hacíamos quesadillitas, sopesitos, pastelitos de galletas maría con mantequilla y chocomilk.
Los desayunos en su casa se volvieron míticos con sus dobladitas de frijol, su champurrado y su pan de nata. Y en Navidad, nada como su caldo de camarones, acompañado de la sangría casera que preparaban mi tío Ernesto, mis primos y mis hermanos cada año en una “pequeña” copa de cristal.



Mi abuelito Ángel nos deleitaba con sus historias, recitando de memoria la pastorela que vio en su infancia o contándonos cómo conoció a Conchita en la escuela nocturna.
Mi infancia fue plena y feliz en gran parte por la presencia de mis abuelitos, a quienes llevo siempre conmigo: la fuerza y la disciplina de Ángel, la alegría y la amabilidad de Conchita.
Ahora espero que mi hija Alexia pueda disfrutar de sus abuelitos como yo lo hice con los míos, pues es una experiencia que marca de por vida.


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