Siempre he pensado que una de mis misiones en esta vida es ser puente. Puente entre personas, entre ideas, entre formas de pensar. Una conciliadora. Hoy ese puente está roto. Tengo que reconocer mis debilidades y mis tropiezos. Mi lección es la misma nuevamente: dar, sin importar nada, no arrepentirse del amor entregado, dar las gracias y seguir adelante, superar los ciclos, bendecir las enseñanzas, atesorar los recuerdos y las experiencias pero sin que sean lastre o sombra. Hoy no puedo ser puente más que entre mi corazón y y mi boca, para que mis palabras sólo sirvan para honrar lo bueno y no para vomitar rencores o reproches.
Estoy descorazonada. Perdí un sueño que forjé con mucho esfuerzo y perdí la confianza en personas en cuyas manos ponía mi vida. No había otro resultado posible. Pero vengo aquí a aprender y a crecer, para ser cada vez más fuerte y ser ejemplo de mis hijas, con el apoyo de mi familia y el amor del hombre que escogí para acompañarme en este viaje. Gracias por todo lo vivido y compartido. Aunque se separen, que nuestros caminos sean de luz, amor y paz. Que así sea.
miércoles, 11 de abril de 2018
miércoles, 28 de febrero de 2018
Paula
Hace dos meses recibí a mi hija más
pequeña, Paula. Desde que supimos que venía, comenzó la aventura. Con mi hija
anterior tuve un embarazo muy benévolo, sin náuseas ni malestares mayores, pude
hacer ejercicio y llevar mis actividades casi de forma normal. En el caso de
Paula también tuve mucha suerte. Excepto por un par de cuidados en las primeras
12 semanas, todo fluyó de maravilla.
Con Alexia habíamos planeado un parto en
agua, nos preparamos en un curso psicoprofiláctico y buscamos un hospital y un
doctor alineados con nuestra visión del parto que queríamos. Pero Alexia tenía
otros planes y se volteó. Está bien, pensamos, busquemos a una doula que nos
ayude a acomodarla con un masaje con rebozo. Pues tampoco se pudo porque Alexia decidió que
ya era momento de nacer a las 37.6 semanas, así que tuvo que ser cesárea. Con
Paula teníamos la expectativa de ver si esta vez sí lográbamos un parto en
agua, natural, como lo habíamos planeado. Suponíamos que tal vez se adelantaría
pues ya no era una mamá primeriza y su hermana había nacido dos semanas antes.
Aquí es donde comencé a entender que cada una es diferente y que no dependía
tanto de mí como de ellas.

Total que llegó el 26 de diciembre y alrededor de las 10:30 de la mañana comencé a sentir un dolor en el vientre, como
cólicos que iban y venían; habían comenzado las contracciones. Le avisé a mi
esposo, mi doctor y mis papás. El doctor me dijo que me esperara 5 horas y le
avisara cómo iba. Para esto, también pensamos que podría tener un parto muy
rápido, debido a la experiencia con Alexia, con quien llegué a dilatar 8 cm en
un par de horas. Por eso con Paula estaba la incógnita de si teníamos que,
literalmente, salir corriendo o si tendríamos más tiempo. En fin, las horas
pasaron y las contracciones se intensificaban y se hacían más frecuentes así que
como a las 4 pm decidimos irnos al hospital. Al llegar me revisaron y vieron
que tenía un buen avance: 5 cm. Comenzaron a llenar la tina y a monitorearme
para ver cómo iba todo. Pasaron las horas y para mi sorpresa el parto no
avanzaba tan rápido como pensábamos. El doctor vio que Paula todavía no se acomodaba y le pidió a mi doula que me ayudara con el rebozo y sugiriéndome distintas posturas.
Supongo que todo esto ayudó, pues aproximadamente a las 11 de la noche se rompió la fuente y
fue cuando realmente empezó lo bueno…

A partir de ahí empezó otra aventura. Yo
pensaba que al ser mi segunda hija tendría ya algo de ventaja; y también porque
no tenía una herida de cesárea. Pero la experiencia me demostró algo muy
distinto. Por paradójico que sea, el parto me había hecho sentir que era capaz
de todo, que tenía una fuerza incalculable, pero al mismo tiempo me descubrí en
un estado de extrema vulnerabilidad. Los sentimientos a flor de piel, las
hormonas a todo lo que da: lloraba de alegría, de tristeza, de emoción, de
cansancio, de frustración, de estrés, de preocupación.

Toda esta nueva experiencia me ayudó a
ser humilde y paciente, a pedir ayuda y a aceptarla, a saber que está bien que
no pueda con todo y a darme cuenta (de nuevo) de que tengo toda una red de
apoyo que no me deja caer. Alguna vez se lo dije a mi mamá: no sé cómo hiciste
todo esto sin tu mamá. Estoy profundamente agradecida de tenerla todavía
conmigo y de aprender de ella cómo ser una mejor mamá.
Hoy, a dos meses de haber nacido, Paula
me regala los momentos más hermosos: su sonrisa, su “plática”, su mirada que me
llena de amor. Gracias Alexia y Paula por ser mis mayores y mejores maestras.
Espero poder retribuirles en algo todo lo que aprendo de ustedes. Las amo con
toda mi alma.
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