La lavandería es el lugar más solitario a las 7:52 am de un viernes de septiembre. Olvidé mis audífonos y por eso me percato de que suena “Sabor a mí” en versión saxofón. En una pantalla pasan la transmisión en vivo de la casa de los famosos. Se ven varias camas con sujetos inmóviles. En la otra se ve máster chef. Lástima que el “Aquacine” sea exclusivo para los niños y tenga sillas tan pequeñas porque preferiría ver Sing 2. Me siento de espaldas a la transmisión morbosa de camas grises. Es más productivo ver los ventiladores girando y moviendo con su aire las decoraciones mexicanas, me imagino a las muñequitas vestidas de china poblana bailando al son del Jarabe Tapatío.
domingo, 29 de septiembre de 2024
De soledades a soledades
La lavandería es el lugar más solitario a las 7:52 am de un viernes de septiembre. Olvidé mis audífonos y por eso me percato de que suena “Sabor a mí” en versión saxofón. En una pantalla pasan la transmisión en vivo de la casa de los famosos. Se ven varias camas con sujetos inmóviles. En la otra se ve máster chef. Lástima que el “Aquacine” sea exclusivo para los niños y tenga sillas tan pequeñas porque preferiría ver Sing 2. Me siento de espaldas a la transmisión morbosa de camas grises. Es más productivo ver los ventiladores girando y moviendo con su aire las decoraciones mexicanas, me imagino a las muñequitas vestidas de china poblana bailando al son del Jarabe Tapatío.
jueves, 19 de septiembre de 2024
Lo que extrañamos
Antes de que nos olviden
haremos historia.
Caifanes
Pero volviendo a la serie, después de mostrarnos brevemente a los protagonistas, nos ubica en una escuela preparatoria, con los cuadernos Scribe de la época y la bonita costumbre de pasarse papelitos durante las clases. En los recesos vemos a los estudiantes comprando Boings de triangulito y Ricaletas, en la cooperativa (seguramente los alumnos de hoy poco saben de esas tienditas escolares de las cuales, en los buenos años, hasta nos repartían las ganancias).
La historia es de estas historias “de crecimiento”, bildungsroman, como dirían los alemanes que tienen palabras para todo. Vemos cómo este grupo de amigos, un puñado de nerds, pasan de ser niños a jóvenes, con todas las circunstancias que esto conlleva. Crecer duele, como ya bien sabemos. A veces más, a veces menos. Lo que me gustó es ver que en este caso los personajes principales son ese grupito de ñoños, los más “aplicados” y ahí es donde, más allá de las referencias generacionales, también logro identificarme. Supongo que ahora esos nerds son los que están escribiendo las historias, sus historias, y mostrándolas al mundo.
De nuevo, regresando a la serie, les decía que trata de la transición hacia el mundo adulto, cuando todo se vive tan intensamente: el primer amor de verdad, la primera experiencia sexual (la pena de ir a comprar condones), las cartas, los mixtapes grabados del radio con la combinación exacta de canciones para expresar lo que sentías (y tratando de que el locutor no tapara el inicio o el final de la música), las tardeadas, la primera vez que tomas alcohol o que quieres emborracharte con Caribe Coolers. Y, también, las primeras veces que sientes que el mundo se te acaba. ¿Cómo superar eso? Cada quien va encontrando su manera. O no.Me pregunto por qué ahora tienen tanto éxito estas historias. Supongo que la nostalgia siempre vende, la posibilidad de conectar con la experiencia colectiva, algo que no percibes muy bien hasta que volteas a ver esa época, años después. Porque yo también tuve al maestro buena onda de inglés que nos ponía canciones para tratar de motivarnos y aprender algo del idioma. Yo también hice pulseritas con tiras de plástico y jugué al resorte. Yo también tuve un Walkman e iba al Videocentro a rentar películas. La serie incluso revivió a aquella maestra de Carrusel, la telenovela “infantil” que todos vimos en algún momento, pero convertida en una maestra cruel y desalmada.
Y bueno, qué decir de la música. Pareciera que mis cuentos y mi idea de mezclarlos con canciones es algo que está “en el aire”. El soundtrack está plagado de canciones del “Rock en tu idioma”, pero también de aquellas canciones que escuchaban nuestros papás (José María Napoleón, Yuri, Camilo Sesto) y de las canciones de las fiestas (como Caló, Proyecto uno y Ace of Base). No cuento más porque no quiero soltar spoilers, pero es claro que el nombre de Nadie nos va a extrañar, aunque sí está ligado a la trama, nos recuerda todo lo que sí extrañamos de aquella época.
La insoportable levedad del ser… sin café
Esas comidas, además de ser una mezcla culinaria interesante, estaban llenas de anécdotas, risas, a veces hasta canciones. Así que el café era el complemento perfecto para la plática de sobremesa.
Eso sí, antes de tener edad para echarle cafeína a mi cuerpo, me daban tecito de canela, que también me sabía a gloria, más porque me hacía pertenecer a ese grupo que en vez de andar corriendo o jugando en la fuente, se quedaba en la mesa a escuchar las consabidas historias de mis tías o mi abuelo.
Supongo que en algún momento me animé a tomar café o alguien me lo autorizó. Y no solo lo tomaba los domingos después de comer, también los sábados en la mañana, cuando mi mamá preparaba el desayuno, que nos sabía a apapacho, pues no teníamos que salir corriendo hacia la escuela o el trabajo.
Después, en la universidad, era mi ritual obligado antes de empezar las clases, para calentarme y para despertar.
Más tarde, en las oficinas donde trabajé, llegó a ser una actividad para unir los lazos del grupo. Todos tomábamos café como si no hubiera un mañana. Una jarra al llegar y una jarra después de comer. Y a veces, después del trabajo, todavía iba por un café con alguna amiga.
Una vez, una de mis mejores amigas, al llegar a su casa me dijo:
- ¿Quieres un café?
Y yo:
- ¡Claro!
- ¿Nescafé o de grano?
Seguro, involuntariamente, hice una cara de rechazo.
- De grano, si se puede.
Mi amiga se moría de pena y después nos reíamos recordando la ocasión. “Creo que me echaste ojos de pistola”, decía.
Y es que el café soluble solo existe para echárselo de vez en cuando a la leche caliente y cuando no hay más remedio.
Hoy en día, sigo poniendo una cafetera en la mañana y a veces una en la tarde. O, cuando quiero algo diferente, uso mi prensa francesa. Eso sí, la cafetera italiana y yo nomás no nos entendemos. No he logrado agarrarle el punto exacto para que quede un espresso rico, pero no amargo. En fin, seguirá siendo mi reto para experimentar los siguientes años.
Así que no puedo realmente empezar mi día hasta que tomo una taza de café, cargada, con un toque de canela (o de “pumpking spice” en el otoño). Y pensarían que por vivir en Playa, donde amanecemos a 26 grados, lo que menos se me antojaría es un café caliente (porque, sí, lo tomo caliente), pero ya a estas alturas además de disfrutar el sabor, creo que soy adicta, no solo a la cafeína, sino a la conexión que me genera recordar todas esas pláticas de domingo, con mi familia, con los amigos que no he visto hace años y a los días que pasaron y se fueron para no volver.
Ya llevo dos cafés escribiendo esto, así que me reservo las otras dos tazas para después, porque también conozco mi límite y ya tengo suficiente cafeína para empezar el día.