viernes, 21 de febrero de 2025

Tan joven y tan viejo

Esta semana cumplí 43 años de estar en este mundo. Los festejos comenzaron desde la semana pasada, pues, como ya les conté, uno de mis regalos fue ir al concierto de Joaquín Sabina. 



“Si lo que quieres es vivir cien años, no vivas como vivo yo”, decía con orgullo en los años 90. Ni él mismo ha de saber cómo, pero ya va en 76 años, los cuales cumplió el día del concierto al que tuve la fortuna de asistir. El Auditorio entero le cantó las mañanitas, acompañado de un mariachi y con los colores de la bandera de México proyectados al fondo. “La emoción más grande que he tenido jamás en mi vida es cuando comprendí que los mariachis cantaban ‘Y nos dieron las diez’…”., dijo un Sabina visiblemente emocionado. Como gran admirador de José Alfredo Jiménez, me imagino que codearse con él en el repertorio de los mariachis de Garibaldi, debe ser un gran logro. 


“Siempre me he sentido como en casa”, dice de este país, haciendo gritar al Auditorio Nacional. Supongo que no fue casualidad que comenzara su gira de despedida en México y que su última fecha en tierras aztecas fuera precisamente la de su cumpleaños. 

Es evidente que a Joaquín y a mí nos separan 33 años, sin embargo, algo en sus letras me llamó la atención desde siempre. Escuchar sus canciones es como leer su autobiografía, aunque recientemente diga, con todo el derecho de reinventarse: 


Lo niego todo,
aquellos polvos y estos lodos.
Lo niego todo,
incluso la verdad
La leyenda del suicida
y la del bala perdida,
la del santo beodo.
Si me cuentas mi vida,
lo niego todo.


Curiosamente, yo comencé a escucharlo a edad muy corta, cuando ni siquiera tenía comprensión cabal de lo que decía. Crecí escuchándolo gracias a mi hermano Iván, quien incluso fue parte de un club de fans, en el cual conoció a su ahora esposa.  

De Sabina escuché sobre sexo, drogas y rock and roll. También de nostalgia, de amor y desamor, de filosofía y de las contradicciones de la vida. Con esta actitud, a veces resignada, a veces desafiante, me lo imaginaba conquistando a todas las mujeres que se cruzaban en su camino (seguro que tiene una larga lista en su haber), pero ahora también parece haber cambiado un pelín su filosofía: 


Yo que soy el cinturón negro en pesimismo
Que me fundo en cuatro copas el jornal
Que prefiero ser cualquiera a ser yo mismo
Que prefiero ser don nadie a ser Don Juan


Yo cantaba “¿Quién me ha robado el mes de abril?” a mis cortas 8 primaveras. Obviamente no tenía idea de pérdidas, de cómo es voltear a ver esos años que uno no sabe a dónde se fueron. Pero Sabina fue como un tío que me acompañó en mis primeros corazones rotos: 


Puedo ponerme digno y decir: 
toma mi dirección; cuando te hartes 
de amores baratos, de un rato, me llamas


En esas crisis existenciales que llegan sin anunciarse: 

Te engañas si me quieres confundir
Esta canción desesperada
No tiene orgullo ni moral
Se trata sólo de poder dormir
Sin discutir con la almohada
Dónde está el bien, dónde está el mal


Y aunque a veces “llueve sobre mojado”, hay que aprender a no tomarse todo tan en serio:

Tenemos proyectos que se marchitaron
Crímenes perfectos que no cometimos
Retratos de novias que nos olvidaron
Y un alma en oferta que nunca vendimos

Más de cien palabras, más de cien motivos
Para no cortarse de un tajo las venas
Más de cien pupilas donde vernos vivos
Más de cien mentiras que valen la pena


Así, a mis cuarenta y tantos años, resulta que al revisitar esas canciones que están grabadas en mi cerebro, me doy cuenta de que apenas las empiezo a entender. Y ahora tienen doble sabor a nostalgia, pues recuerdo cuando las escuché por primera vez en esos años de infancia y además hoy algunas tienen más sentido del que quisiera admitir. A pesar de que esta gira sabe a despedida, todos le cantamos con especial énfasis estos versos: 

Así que, de momento, nada de adiós muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación;
cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, ‘like a rolling stone’.


Y, aunque ya eres eterno, Joaquín, nosotros tus fans sí queremos que vivas al menos 100 años. 





martes, 18 de febrero de 2025

El mejor regalo

La semana pasada recibí el mejor regalo de cumpleaños: unos boletos para el concierto de Joaquín Sabina, parte de lo que probablemente será su última gira.

Y como el concierto fue en la Ciudad de México, el regalo incluía un viaje a susodicha metrópoli y algunos días libres de las responsabilidades de ser mamá. ¡Vaya combo!

Lo más raro fue que, por primera vez en muchos años, era responsable solo de mí misma. Fue extraño hacer maleta solo para mí, no tener que buscar cómo entretener a dos niñas en un avión, caminar sin ir cuidando que no se queden atrás, dormirme en el avión sin interrupciones para ir al baño. 

Así, esos días pude ser sólo hija, hermana y amiga. 

Pero no he de mentir, al principio no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Para colmo, mi cuerpo acostumbrado a levantarse temprano (y más con el horario playense), me despertaba temprano, aunque no tenía necesidad de preparar a mis hijas para ir a la escuela. Sin embargo, pronto me acostumbré y entendí que eso sí era tiempo de calidad (y no las dos horas en la lavandería, ¿recuerdan?).

Entonces pude por fin ver a una amiga que sólo conocía virtualmente y que ahora será mi cómplice en la publicación del libro de cuentos que ya tengo preparado. 

También pude irme a chismear por horas con mi amiga de la secundaria, como cuando éramos solo dos adolescentes contándonos nuestras vidas.

Aproveché, además, para caminar sin rumbo por las calles de la Roma y sentarme a ver una fuente en la banca de un parque en pleno lunes a mediodía. 

Aún levantándome tarde, logré disfrutar de una larga caminata por el Bosque de Aragón y me reencontré con el lago que rehabilitaron hace algunos años. Anduve tomando fotos y, sin darme cuenta, recorrí en total casi 5 km sólo disfrutando el paisaje. 



El día del concierto, mi hermano Joel fue mi acompañante y además de la plática que nos hizo más leve el trayecto, me acompañó a escoger mis souvenirs del concierto y nos tomamos una cerveza antes de entrar a ocupar nuestros lugares. El concierto fue emotivo y especial, pero eso amerita un texto aparte.

Por lo pronto, no puedo dejar de agradecer por este regalo, y no me refiero solo al concierto, sino a la oportunidad de estar conmigo misma, recordándome que soy mucho más que solo una mamá.  




 

jueves, 6 de febrero de 2025

Preadolescencia

Este enero cumplí 11 años de ser mamá. Es curioso que siempre felicitamos al cumpleañero, pero pocas veces somos conscientes de que los papás también están cumpliendo años de entrar en esta aventura de la paternidad. Sólo una mamá de un compañero de mi hija me felicitó a mí, además de a mi retoño: ¡felicidades por 11 años de ser mamá! Y yo pensé: ¡Claro!, sólo una mamá felicitaría a otra por tremenda hazaña. Sabemos lo que nos ha costado y todo lo que implica. 

Pero la maternidad es como el juego de Jumanji: cuando crees que ya superaste una prueba, viene otra más ruda. Ahora la aventura pasa a un nuevo nivel: la pre-adolescencia. Sí, ya estamos experimentando los cambios de humor, la rebeldía, los “ojitos de huevo cocido”, el cuestionamiento a todo… Pero no todo es malo, esos comportamientos desconcertantes vienen con respuestas sensatas y maduras, con reconocimientos, con tomas de conciencia, con palabras de aliento. Y es imposible no acordarme de mí misma en esos años. ¿Cuánto ha cambiado? ¿Qué veo de mí en mi hija? ¿Qué (por fortuna) no veo? Y entonces, pienso también en cómo habrá sido mi mamá a esa edad. Imagino su contexto, sus pensamientos, sus expectativas, sus sueños… Me dan ganas de abrazar a mi versión pequeña y a la de mi mamá también, como en la película de RED. ¿Cuántas generaciones vamos sanando al sanarnos a nosotras mismas?  

Hoy mi hija me cuenta cosas que yo no le habría contado a mi mamá, desde cosas muy superficiales como que le gusta un personaje de un videojuego hasta miedos que me dejan sorprendida. Pero entonces la veo y me recuerdo a mí misma cómo era yo y pienso: si ya tiene la capacidad de hacerlo consciente y nombrarlo, vamos avanzando. 

Claro que no todo es miel sobre hojuelas y a veces me salen los gritos, los reclamos y los regaños de mamá rebasada. Pero otras me sorprendo a mí misma respirando profundamente y dejando pasar rezongos o actitudes porque entiendo que estamos aprendiendo a relacionarnos en esta nueva etapa. Amárrense los cinturones, porque esto apenas empieza. 

(Crédito de la imagen: @judycarrionr)



jueves, 7 de noviembre de 2024

Crónicas chilangas

 

Mi ciudad es chinampa
En un lago escondido
Es cenzontle que busca
En donde hacer nido
Reguilete que engaña la vista al girar


Viví por 36 años en la Ciudad de México. Y ahora que voy de visita pareciera que todo sigue igual y a la vez tan diferente. Y no solo en la ciudad. Me quedé en casa de mis papás y también ahí todo tiene un aire de nostalgia, pero ya nada es igual a cuando vivía ahí. Hasta el puesto de las gorditas ahogadas se ha modernizado: ahora anotan tu pedido en una tablet, que genera inmediatamente dos tickets: uno para el cliente y otro para la cocina. Ya no hay bancos en la barra y tienes que tomar tu pedido con una charola (como en cafetería estudiantil) para ir a comer a las mesas de afuera. 
Pero algo ha de tener de maravilloso la Ciudad de México que sigue arrastrando a millones de personas a vivir ahí. También es cierto que si no conoces otra cosa, la fuerza de la costumbre es muy fuerte. 
Después de vivir 6 años en otra ciudad, no comprendo cómo pasaba 2 horas en el auto camino al trabajo; y otras dos (o 3 en épocas decembrinas) de regreso a casa.


Sin embargo, al visitar el museo Franz Mayer volví a plantearme: ay, ¿y si regresáramos a vivir acá? Y venir con mis hijas a los museos, ir a la Roma a la casa del té que me gusta o ir a la Condesa a tomarme un café y una tarta de nata en El Péndulo. Al mismo tiempo me dio risa porque caí en el cliché de que la Ciudad de México es solo esa zona céntrica y burguesa. Pero no, también me gustaría ir por unos tacos al mercado de la Romero Rubio y caminar en el camellón que va de casa de mis papás a la panadería que vende las mejores conchas del mundo. Porque, ¿dónde más se va a encontrar uno a un vagabundo cantando a todo pulmón "De música ligera" por las calles del centro? 


En una esquina es muy fácil (que tú puedas ver)
A un niño que trabaja y finge (sonreír)
Lanzando pelotas (pa' vivir)
Solo es otro mal payaso (para ti)
También sin quererlo (puedes ver)
A un flaco extraño (gran fakir)
Que vive y vive (sin comer)
¡Lanzando fuego!
Gran circo es esta ciudad 


En fin, volví de nuevo a la tranquilidad de la ciudad de provincia, que tiene muchas comodidades y, aun así, sigue pareciendo un pueblo donde, si sales a cualquier lado, te encuentras a alguien conocido. Al menos logré recargar mi corazón (y mi panza) de todo lo bonito que dejé allá. Nos vemos pronto, Chilangolandia.

Transando de arriba abajo
Ahí va la chilanga banda
Chinchín si me la recuerdan
Carcacha y se les retacha



miércoles, 30 de octubre de 2024

Cumpleaños 80 de mi papá


Hay una canción que dice: “¿Cuánto me debía el destino, que contigo me pagó?”  Siempre me pareció hermosa esa idea de esta conexión más allá de esta vida presente y, aunque la canción se refiere a un vínculo romántico, yo lo quiero aplicar a esta unión de almas que existe entre mi papá y yo. No porque el destino me debiera algo, sino porque Dios me bendijo con su presencia en esta vida. 


Siempre ha sido un padre amoroso, responsable, a veces estricto y firme, pero sobre todo una presencia que, desde que tengo memoria, nos ha guiado hacia buscar verdades más grandes, a voltear al interior y hacerle caso a la voz del corazón. Tal vez, además de la vida, ese haya sido el regalo más grande que me ha dado: la certeza de ser amada incondicionalmente por él y por esa gran presencia universal que llamamos Dios. 



Esos entendimientos han llegado a mí ya en una edad adulta, pero desde niña he tenido la evidencia de su amor a través de  pequeños detalles: sus cálidos y estrujados abrazos, sus palabras de consuelo, sus consejos, su forma de ver la belleza en el mundo, su voz profunda que reconforta, sus manos que sanan, sus enseñanzas, su compasión por los demás, su afán de ayudar y servir. 




Papá, son muchas las cosas que podría enumerar de ti, pero en este momento de celebración solo me queda decir: “Cuánto me debía el destino que contigo me pagó?”. 

Gracias a Dios por tu existencia y por las maravillosas sincronicidades que me han permitido ser tu hija en esta vida. ¡Te amo!




domingo, 6 de octubre de 2024

El gozo



“Dedícate a hacer cosas que te causen gozo”, dijo mi terapeuta. Fácil, ¿no? Se supone que todos buscamos eso. Pero ¿qué es realmente? Porque es sencillo caer en las trampas del alcohol, las drogas, el sexo y el pan (no nos olvidemos del pan), y seguramente esto nos traerá picos de “felicidad”. ¿Y luego qué? El hedonismo desenfrenado te suele regresar al mismo lugar vacío si no se resuelven las causas de fondo de estar buscando ese rush de adrenalina.
Creo que nunca nos enseñan a descubrir qué es lo que nos causa gozo. De pronto pienso en la película Amélie, donde cada personaje se presenta en términos de “a él le gusta o ama hacer tal o cual cosa” o “él detesta tal otra”. Pero no se revelan grandes manifiestos filosóficos, sino que se da cuenta de esos pequeños detalles que te hacen sonreír (o refunfuñar, según sea el caso). 


Entonces, tengo que emprender la búsqueda de estos pequeños (y grandes) momentos de gozo. Como también se ve en la película Soul. A veces buscamos un “gran propósito” para nuestra vida, cuando al parecer sólo se trata de vivirla, disfrutarla, estar presente en cada momento que, aunque parezca insignificante, va llenando de luz nuestros días. 


Pero ¿cómo rescatar estos haces de luz entre el ajetreo diario? Desenterrarlos de las cosas mundanas que nos absorben, como cuando buscas una concha entre la arena o rescatas una hoja hermosa que está debajo de la tierra. Por más que uno quiera salirse de las convenciones, al parecer estamos programados para conseguir la “vida perfecta”. Estudiar, trabajar, “triunfar”. ¿Y luego qué? Encontrar una pareja, casarse, formar una familia. ¿Y luego qué?Tal vez damos por sentado las cosas que nos gustan. Y parecen tan sencillas, que se van perdiendo entre tantas expectativas de grandeza. Porque tal vez no a todos les guste bailar, escuchar música, o ver el amanecer y tomarle fotos, ver películas que hacen llorar y pensar, pero también las bobas que me hacen reír, despertar temprano y caminar. O escribir. 


A veces pensaba que todos podían o querían hacer esas mismas cosas y resulta que no. ¿Será que esos son los indicios de mi camino hacia el gozo? Siempre han estado ahí y dejé de verlos. ¿Y luego qué?, pregunto otra vez. La respuesta, me parece, es que es hora de volver a ser una niña. De nuevo, parece fácil decirlo, pero hay cierta maestría en la infancia que tristemente se va perdiendo cuando crecemos. Si no me creen, les regreso la pregunta: ¿ustedes qué harían para recuperar el gozo en sus vidas?


domingo, 29 de septiembre de 2024

De soledades a soledades



La lavandería es el lugar más solitario a las 7:52 am de un viernes de septiembre. Olvidé mis audífonos y por eso me percato de que suena “Sabor a mí” en versión saxofón. En una pantalla pasan la transmisión en vivo de la casa de los famosos. Se ven varias camas con sujetos inmóviles. En la otra se ve máster chef. Lástima que el “Aquacine” sea exclusivo para los niños y tenga sillas tan pequeñas porque preferiría ver Sing 2. Me siento de espaldas a la transmisión morbosa de camas grises. Es más productivo ver los ventiladores girando y moviendo con su aire las decoraciones mexicanas, me imagino a las muñequitas vestidas de china poblana bailando al son del Jarabe Tapatío. 
Ahora suena “Bésame mucho”, deslavada (valga el término) por estos arreglos para sala de espera. ¿Cuál será la mejor interpretación? Ha sido covereada tantas veces que es difícil saber. Hasta Los Beatles tienen su versión. 
Pienso en lo maravilloso que es tener este tiempo a solas, un tiempo para sentarme a ver la ropa dar vueltas y ver memes sin interrupciones. Sin embargo, enseguida caigo en cuenta de que pareciera que me compré la idea de que sentarme en la lavandería es un “momento de paz”, un “espacio para mí”. WTF!! También eso me hizo recordar que una amiga nos contaba hace poco que siente alivio cuando alguien le ayuda a cuidar a sus hijos y puede ir a hacer el súper sola. ¿Pero qué diablos nos pasa? ¿En serio hacer las labores domésticas a solas lo hemos relacionado con un momento para nosotras? Y eso que ya estamos en una etapa donde nuestros hijos no dependen tanto de nosotras. 

Con todo esto en mente, mientras doblaba ropa y veía un capítulo de Only Murders in The Building, llegué a la conclusión de que tengo que hacerme el espacio para hacer cosas que realmente me gusten. Por eso mis mañanas de Tertulia (una reunión semanal donde 4 personas nos leemos por Zoom lo que escribimos en la semana) siguen siendo como un salvavidas, porque me “obligo” a escribir y a liberar mi agenda de cualquier otro pendiente cotidiano que pueda haber (porque siempre hay, siempre se asoman más y más cosas que hacer). Y eso es lo que tendré que hacer para forzar a mi mente a priorizar actividades más placenteras. Así es como llegué a la idea de formar un club de lectura (dos en realidad, uno presencial y otro virtual), un taller de escritura de calaverita literaria y alguna otra cosa que se me ocurra después. También creo que debería incluir en mi agenda ir a la playa, sola, un par de veces al mes; o ir a ese café que tanto se me antoja, a leer, solo eso, sin tener otro propósito más que estar conmigo misma. Ese tipo de soledad sí la quiero. Los trastes, la ropa y los demás pendientes tendrán que esperar. Me rehúso a pensar que mi momento más emocionante de la semana sea escuchar a Armando Manzanero (que ni siquiera me gusta) en una lavandería semi-vacía.