Ayer estaba leyendo una entrevista que le
hicieron a Alice Munro cuando ganó el Premio Nobel de Literatura en 2013 y me
impactó saber que era ama de casa y que prácticamente estaba alejada del “mundo
académico”, lo que sea que eso signifique. Su escritura la creó robándole
pequeños momentos a su cotidianeidad, entre recoger a sus hijos de la escuela y
darles de comer.
Debo reconocer que, como a casi todos los
nobel de literatura, no la había leído ni sabía nada de ella. Hace algunos
meses me encontré con una novela suya –La
vida de mujeres– y me atrapó de inmediato. La narrativa fluye de manera muy
natural, que es el objetivo de Munro, y lo logra muy bien. Así que ayer que me
encontré una recopilación de sus cuentos hecha por ella misma, no dudé en
comprarla.
Además de convertirme en su fan, me
parece admirable la manera en que habla de su oficio como escritora, de la
dedicación que ponía y cómo tal vez se hubiera visto abrumada de haber
continuado sus estudios universitarios, aunque reconoce que eso no la hubiera
detenido. Esto sobre todo fue lo que me cayó como un balde de agua fría.
Reconozco que haber estudiado Literatura bloqueó mis intentos de escribir.
Claro, al final creo que es un mero obstáculo que debería sobrepasar, sin
embargo ha sido difícil. Y sí, la vida académica me gustó, me gusta la crítica
y la teoría, y creo que soy buena para eso, pero también me encantaría retomar
la parte creativa y no para ser un Nobel, sino para simplemente hacer algo que
quería desde niña.
Recuerdo que tenía 7 u 8 años cuando
escribí mi primer cuento, una historia de terror. Lo escribí a mano, en una de
esas libretas de pasta dura que acostumbraban pedir en la escuela. Ni siquiera
recuerdo bien el argumento y creo que nunca se la di a leer a nadie, aunque no
me importaba eso sino el simplemente hecho de escribir.
También llevé un diario por varios años,
escribiendo las cosas que una niña –después adolescente– puede escribir. Por
supuesto hubo cartas a mis primeros amores, algunas que nunca se entregaron, afortunadamente,
y otras que preferiría se hubieran quedado igualmente en el anonimato.
En la preparatoria mis pésimas maestras
de Literatura casi me hacen dudar de mi vocación, sin embargo resistí los
embates de la falta de pedagogía, a pesar de que nunca aceptaron mis textos en
el periódico escolar.
Pero en la universidad todo cambió. Me
sentí abrumada por tantos autores, tantas críticas, y las opiniones de algunos
maestros y otras personas a las que admiraba. Poco a poco me fui bloqueando
hasta que mi pluma se secó.
Los últimos años he tratado de reponerme,
de retomar el gusto por escribir, pero han sido pobres mis intentos.
Aun así, pareciera que todas las señales
me indican que me anime a escribir. Total, ¿qué puede pasar? Alice Munro, sus
textos y su entrevista me han gritado nuevamente: es posible, escribe, róbale
tiempo a tus ocupaciones de mamá y escribe, como un desahogo, como un
experimento, como una necesidad.
Así que hoy les dejo este texto, como un
intento más de dejar los bloqueos, los prejuicios y los miedos atrás. Ojalá sea
el primero de muchos más.
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