jueves, 21 de marzo de 2024

El Vive latino, Elvis y los espejos


El domingo mi esposo y yo nos dimos cuenta de que estaban transmitiendo el Vive Latino en Prime Video, así que decidimos ver eso en lugar de estar tratando de decidir por una hora qué ver entre todas las opciones del streaming

Muy pronto, desde la comodidad de mi sillón, me di cuenta de que estoy lejos de ser el target del festival. Ya no. Pero más allá de darme cuenta de que ya soy “too old for this shit” (como diría el buen Murtaugh en Arma Mortal), descubrí un par de grupos o artistas que me hicieron tener un poco de fe en la música actual. Por ejemplo, The Warning, unas chicas que me hicieron recordar que aunque escucho un poco de todo, mi corazón en el fondo sigue siendo roquero. Guitarra, bajo y batería. Lo más básico para hacer música estridente y poderosa. Wow!

Y en el otro lado del espectro, Silvana Estrada. Música con este toque folk, pero con letras lindas y una voz hermosa. 

Lo curioso de mis hallazgos es que son chicas muy jóvenes y ya era su segundo vive latino (el primero fue el del 2020, justo antes de la pandemia). Me sorprendió ver todo lo que han logrado a su corta edad. Siempre ha habido personas brillantes que desde muy jóvenes han sobresalido, pero me parece que pasa algo interesante con las generaciones nuevas: ya no se compran el cuento de que deben andar por el camino “seguro”, es más, saben que hay muchos caminos; y si no hay paso, lo crean.  

Y eso me lleva a otra revelación de esta semana. Vi una entrevista con Elvira Liceaga (Elvis, pa los cuates), donde platicaba de muchas cosas, pero sobre todo de su novela Las vigilantes. Me pareció curioso que a pesar de todo lo que ha logrado, se mostraba insegura de sus propios textos, de su trabajo, además de confesar que vive en ansiedad por ver tiktoks de todo lo que está ocurriendo en Gaza. Habló de cómo batalla contra esa voz que le dice que escribe puras porquerías y que no hay razón para que alguien leyera lo que tiene que decir. Y entonces me cayó el veinte: ¿será que nuestra generación esta toda sumida en ese fango de no sentirse suficiente? Es que de verdad me parece increíble que alguien que ya ha sido publicado un par de veces por una de las editoriales más fuertes del mundo, siga dudando de su trabajo y se la viva sobrepensando todo, viviendo en la angustia y la autoexigencia. Claro que también ha ido ignorando esa voz para seguir escribiendo, pero sin duda me identifiqué con algunos de esos pensamientos críticos de mis versiones pasadas.  

Y eso me lleva al tercer punto: cómo otras personas son nuestros espejos y nos reflejan a veces lo mejor y a veces lo peor de nosotros. A mi hija la he sorprendido diciendo cosas que yo me he dicho y que he tratado por todos los medios de evitar que caigan sobre ella. “Es que soy perfeccionista”, me ha dicho. “Es que qué tal que se ríen de mí”. “¿Es que por qué a alguien le gustaría lo que hago?”. ¡Mierda! ¿Cómo acabar con el círculo vicioso? ¿Dónde comenzó?

Mis papás son de las personas más brillantes que conozco, en muchos aspectos. Como maestros puedo decir que son excepcionales. Pero nunca se atrevieron a poner una escuela porque pensaron que se necesitaba mucho dinero para ponerla como ellos querían. No en una casa adaptada, como hacen la mayoría, no en un lugar pequeño para después ir creciendo. Ellos pensaban en hacerlo en grande o no hacerlo. Y no lo hicieron. Pienso en todas las personas que se habrían beneficiado de una escuela dirigida por ellos, sin mencionar la situación económica que probablemente hubiera sido considerablemente mejor si hubieran tenido un negocio propio, o la mentalidad emprendedora que tal vez mis hermanos y yo habríamos adquirido antes. Pero todos esos “hubiera” son infructuosos, como siempre. Sé que tenía que vivir lo que viví y punto. ¿Pero qué puedo yo cambiar para mis hijas? ¿Cómo romper el círculo vicioso? Dejar de dudar de mí y ponerme en el mundo. ¿Qué habrá pensado una Silvana Estrada cuando comenzó, si a los 20 años ya tenía un disco editado? “Ay, ¿a quién le va a gustar la música tradicional mexicana?”. Tal vez lo pensó, pero lo hizo de cualquier forma, a pesar de esas dudas. 

Ahora me queda inspirarme en historias de late bloomers, como Alice Munro, que cuenta cómo empezó escribiendo en la mesa de la cocina a sus 40 años. Supongo que, en comparación, ya llevo algo de ventaja a mis 42, así que replanteo la frase de Murtaugh y me digo a mí misma: “I’m not too old for this shit”.


jueves, 14 de marzo de 2024

Infatuation

 

“Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks…”. Eso hubiera dicho de nuestro noviazgo si es que hubiera existido la canción en ese entonces y si no fuera raro que yo hablara de tomar whisky estando en secundaria.
Es curioso cómo cambia nuestra percepción del tiempo. Y sí, visto ahora, fuimos novios sólo un par de semanas. Qué patético que después de tan poco tiempo yo me quedara enganchada como un adicto a las drogas (y sí, drogas sí había en mi secundaria, pero mi mayor droga sigue siendo el café con pan, así que sólo hablo por hablar).
Visto a la distancia, parece ridículo, pero en aquel entonces se me iba la vida por dicha persona. Llamémosle G. Hubo toda una telenovela alrededor de nosotros, porque además había sido novio de una de mis mejores amigas. ¡Escándala! No se preocupen, mi amiga y yo superamos ese momento y seguimos siendo amigas. Y a G lo he visto en Facebook, por lo que puedo afirmar que prácticamente no tenemos nada en común. A mí me parecía tan extraño que yo le gustara a alguien que me aferré como pulga a un perro. ¿Y por qué? Solo por un par de besos en el salón de música. Me imagino que para él fue demasiado drama eso de las miradas de mi otra amiga, los cuchicheos en el salón y las burlas de sus amigos. Ni siquiera recuerdo el momento exacto en que terminamos. No sé qué me dijo, ni dónde fue. Lo que sí recuerdo es que corrieron ríos de tinta escribiendo al respecto. Porque eso sí era: una prolífica escritora de diarios adolescentes, con canciones muy tristes de fondo y con diálogos hacia la luna, las estrellas o la lluvia. 

“¿Y cómo negarle a mi corazón…
…que aún te amo?
Que aún te extraño
Los días sin ti
Son como morir
Auuu uuu uuuu uu”

El cliché adolescente y “romántico” en todo su esplendor. Si hubiera existido Spotify en ese entonces seguramente esta canción de Coda habría sido la más escuchada de mi año. 
Yo, la más roquera, la más anti-pop, la más darks, caí en escuchar Enrique Iglesias y ver telenovelas donde la protagonista era “fea” y sufría mucho, hasta que descubría que no era fea y su galán volvía por ella. Sí que son cabronas las hormonas. Ojalá hubiera mantenido el hábito de escribir, pero eso se fue diluyendo poco a poco. 
Pero como también vivía en una casa donde se oía desde la vieja hasta la nueva trova, caí en Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina. Descubrí también a Miguel Bosé y me adentré en Duncan Duh. 

Pues, aunque no lo crean y aunque tuve otros novios de manita sudada los siguientes dos años, yo seguía suspirando por G. Tanto así que estando ya en prepa, un día me armé de valor, fui a su casa y le dejé una carta. Algo así como mi último intento de ver si podía rescatar aquel amor fugaz de dos semanas. No fue así. A estas alturas no sé si le daba ternura, lástima o era francamente una molestia para G. En honor a la verdad, él nunca fue grosero conmigo, así que al menos puedo decir que no me enamoré de un patán. Pero ah, cómo me costó salir de ahí. 
Y aunque hoy me da risa y un poco de vergüenza, también me dan ganas de irme a abrazar a mí misma en esos años. De decirme que todo iba a pasar, que todo iba a estar bien (aunque en realidad apenas estaba a punto de experimentar el verdadero amor y el consecuente desamor). Lo más curioso es que, aunque sabía que era una clavada sin remedio, eso nunca me impidió volver a enamorarme. ¿Será que los melodramas de las telenovelas me educaron sentimentalmente a seguir intentándolo? Me gusta la palabra en inglés “infatuation”, porque me suena más precisa, como si fuera una especie de hechizo el que sufrimos cuando creemos estar enamorados. “I’m infatuated”. Así que no era yo, estaba bajo el embrujo de G y me tomó un par de años encontrar el antídoto. Y ustedes, ¿han estado bajo ese hechizo?