El domingo mi esposo y yo nos dimos cuenta de que estaban transmitiendo el Vive Latino en Prime Video, así que decidimos ver eso en lugar de estar tratando de decidir por una hora qué ver entre todas las opciones del streaming.
Muy pronto, desde la comodidad de mi sillón, me di cuenta de que estoy lejos de ser el target del festival. Ya no. Pero más allá de darme cuenta de que ya soy “too old for this shit” (como diría el buen Murtaugh en Arma Mortal), descubrí un par de grupos o artistas que me hicieron tener un poco de fe en la música actual. Por ejemplo, The Warning, unas chicas que me hicieron recordar que aunque escucho un poco de todo, mi corazón en el fondo sigue siendo roquero. Guitarra, bajo y batería. Lo más básico para hacer música estridente y poderosa. Wow!
Y en el otro lado del espectro, Silvana Estrada. Música con este toque folk, pero con letras lindas y una voz hermosa.
Lo curioso de mis hallazgos es que son chicas muy jóvenes y ya era su segundo vive latino (el primero fue el del 2020, justo antes de la pandemia). Me sorprendió ver todo lo que han logrado a su corta edad. Siempre ha habido personas brillantes que desde muy jóvenes han sobresalido, pero me parece que pasa algo interesante con las generaciones nuevas: ya no se compran el cuento de que deben andar por el camino “seguro”, es más, saben que hay muchos caminos; y si no hay paso, lo crean.
Y eso me lleva a otra revelación de esta semana. Vi una entrevista con Elvira Liceaga (Elvis, pa los cuates), donde platicaba de muchas cosas, pero sobre todo de su novela Las vigilantes. Me pareció curioso que a pesar de todo lo que ha logrado, se mostraba insegura de sus propios textos, de su trabajo, además de confesar que vive en ansiedad por ver tiktoks de todo lo que está ocurriendo en Gaza. Habló de cómo batalla contra esa voz que le dice que escribe puras porquerías y que no hay razón para que alguien leyera lo que tiene que decir. Y entonces me cayó el veinte: ¿será que nuestra generación esta toda sumida en ese fango de no sentirse suficiente? Es que de verdad me parece increíble que alguien que ya ha sido publicado un par de veces por una de las editoriales más fuertes del mundo, siga dudando de su trabajo y se la viva sobrepensando todo, viviendo en la angustia y la autoexigencia. Claro que también ha ido ignorando esa voz para seguir escribiendo, pero sin duda me identifiqué con algunos de esos pensamientos críticos de mis versiones pasadas.
Y eso me lleva al tercer punto: cómo otras personas son nuestros espejos y nos reflejan a veces lo mejor y a veces lo peor de nosotros. A mi hija la he sorprendido diciendo cosas que yo me he dicho y que he tratado por todos los medios de evitar que caigan sobre ella. “Es que soy perfeccionista”, me ha dicho. “Es que qué tal que se ríen de mí”. “¿Es que por qué a alguien le gustaría lo que hago?”. ¡Mierda! ¿Cómo acabar con el círculo vicioso? ¿Dónde comenzó?
Mis papás son de las personas más brillantes que conozco, en muchos aspectos. Como maestros puedo decir que son excepcionales. Pero nunca se atrevieron a poner una escuela porque pensaron que se necesitaba mucho dinero para ponerla como ellos querían. No en una casa adaptada, como hacen la mayoría, no en un lugar pequeño para después ir creciendo. Ellos pensaban en hacerlo en grande o no hacerlo. Y no lo hicieron. Pienso en todas las personas que se habrían beneficiado de una escuela dirigida por ellos, sin mencionar la situación económica que probablemente hubiera sido considerablemente mejor si hubieran tenido un negocio propio, o la mentalidad emprendedora que tal vez mis hermanos y yo habríamos adquirido antes. Pero todos esos “hubiera” son infructuosos, como siempre. Sé que tenía que vivir lo que viví y punto. ¿Pero qué puedo yo cambiar para mis hijas? ¿Cómo romper el círculo vicioso? Dejar de dudar de mí y ponerme en el mundo. ¿Qué habrá pensado una Silvana Estrada cuando comenzó, si a los 20 años ya tenía un disco editado? “Ay, ¿a quién le va a gustar la música tradicional mexicana?”. Tal vez lo pensó, pero lo hizo de cualquier forma, a pesar de esas dudas.
Ahora me queda inspirarme en historias de late bloomers, como Alice Munro, que cuenta cómo empezó escribiendo en la mesa de la cocina a sus 40 años. Supongo que, en comparación, ya llevo algo de ventaja a mis 42, así que replanteo la frase de Murtaugh y me digo a mí misma: “I’m not too old for this shit”.
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