jueves, 14 de marzo de 2024

Infatuation

 

“Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks…”. Eso hubiera dicho de nuestro noviazgo si es que hubiera existido la canción en ese entonces y si no fuera raro que yo hablara de tomar whisky estando en secundaria.
Es curioso cómo cambia nuestra percepción del tiempo. Y sí, visto ahora, fuimos novios sólo un par de semanas. Qué patético que después de tan poco tiempo yo me quedara enganchada como un adicto a las drogas (y sí, drogas sí había en mi secundaria, pero mi mayor droga sigue siendo el café con pan, así que sólo hablo por hablar).
Visto a la distancia, parece ridículo, pero en aquel entonces se me iba la vida por dicha persona. Llamémosle G. Hubo toda una telenovela alrededor de nosotros, porque además había sido novio de una de mis mejores amigas. ¡Escándala! No se preocupen, mi amiga y yo superamos ese momento y seguimos siendo amigas. Y a G lo he visto en Facebook, por lo que puedo afirmar que prácticamente no tenemos nada en común. A mí me parecía tan extraño que yo le gustara a alguien que me aferré como pulga a un perro. ¿Y por qué? Solo por un par de besos en el salón de música. Me imagino que para él fue demasiado drama eso de las miradas de mi otra amiga, los cuchicheos en el salón y las burlas de sus amigos. Ni siquiera recuerdo el momento exacto en que terminamos. No sé qué me dijo, ni dónde fue. Lo que sí recuerdo es que corrieron ríos de tinta escribiendo al respecto. Porque eso sí era: una prolífica escritora de diarios adolescentes, con canciones muy tristes de fondo y con diálogos hacia la luna, las estrellas o la lluvia. 

“¿Y cómo negarle a mi corazón…
…que aún te amo?
Que aún te extraño
Los días sin ti
Son como morir
Auuu uuu uuuu uu”

El cliché adolescente y “romántico” en todo su esplendor. Si hubiera existido Spotify en ese entonces seguramente esta canción de Coda habría sido la más escuchada de mi año. 
Yo, la más roquera, la más anti-pop, la más darks, caí en escuchar Enrique Iglesias y ver telenovelas donde la protagonista era “fea” y sufría mucho, hasta que descubría que no era fea y su galán volvía por ella. Sí que son cabronas las hormonas. Ojalá hubiera mantenido el hábito de escribir, pero eso se fue diluyendo poco a poco. 
Pero como también vivía en una casa donde se oía desde la vieja hasta la nueva trova, caí en Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina. Descubrí también a Miguel Bosé y me adentré en Duncan Duh. 

Pues, aunque no lo crean y aunque tuve otros novios de manita sudada los siguientes dos años, yo seguía suspirando por G. Tanto así que estando ya en prepa, un día me armé de valor, fui a su casa y le dejé una carta. Algo así como mi último intento de ver si podía rescatar aquel amor fugaz de dos semanas. No fue así. A estas alturas no sé si le daba ternura, lástima o era francamente una molestia para G. En honor a la verdad, él nunca fue grosero conmigo, así que al menos puedo decir que no me enamoré de un patán. Pero ah, cómo me costó salir de ahí. 
Y aunque hoy me da risa y un poco de vergüenza, también me dan ganas de irme a abrazar a mí misma en esos años. De decirme que todo iba a pasar, que todo iba a estar bien (aunque en realidad apenas estaba a punto de experimentar el verdadero amor y el consecuente desamor). Lo más curioso es que, aunque sabía que era una clavada sin remedio, eso nunca me impidió volver a enamorarme. ¿Será que los melodramas de las telenovelas me educaron sentimentalmente a seguir intentándolo? Me gusta la palabra en inglés “infatuation”, porque me suena más precisa, como si fuera una especie de hechizo el que sufrimos cuando creemos estar enamorados. “I’m infatuated”. Así que no era yo, estaba bajo el embrujo de G y me tomó un par de años encontrar el antídoto. Y ustedes, ¿han estado bajo ese hechizo?



No hay comentarios:

Publicar un comentario