La lavandería es el lugar más solitario a las 7:52 am de un viernes de septiembre. Olvidé mis audífonos y por eso me percato de que suena “Sabor a mí” en versión saxofón. En una pantalla pasan la transmisión en vivo de la casa de los famosos. Se ven varias camas con sujetos inmóviles. En la otra se ve máster chef. Lástima que el “Aquacine” sea exclusivo para los niños y tenga sillas tan pequeñas porque preferiría ver Sing 2. Me siento de espaldas a la transmisión morbosa de camas grises. Es más productivo ver los ventiladores girando y moviendo con su aire las decoraciones mexicanas, me imagino a las muñequitas vestidas de china poblana bailando al son del Jarabe Tapatío.
Ahora suena “Bésame mucho”, deslavada (valga el término) por estos arreglos para sala de espera. ¿Cuál será la mejor interpretación? Ha sido covereada tantas veces que es difícil saber. Hasta Los Beatles tienen su versión.
Pienso en lo maravilloso que es tener este tiempo a solas, un tiempo para sentarme a ver la ropa dar vueltas y ver memes sin interrupciones. Sin embargo, enseguida caigo en cuenta de que pareciera que me compré la idea de que sentarme en la lavandería es un “momento de paz”, un “espacio para mí”. WTF!! También eso me hizo recordar que una amiga nos contaba hace poco que siente alivio cuando alguien le ayuda a cuidar a sus hijos y puede ir a hacer el súper sola. ¿Pero qué diablos nos pasa? ¿En serio hacer las labores domésticas a solas lo hemos relacionado con un momento para nosotras? Y eso que ya estamos en una etapa donde nuestros hijos no dependen tanto de nosotras.
Con todo esto en mente, mientras doblaba ropa y veía un capítulo de Only Murders in The Building, llegué a la conclusión de que tengo que hacerme el espacio para hacer cosas que realmente me gusten. Por eso mis mañanas de Tertulia (una reunión semanal donde 4 personas nos leemos por Zoom lo que escribimos en la semana) siguen siendo como un salvavidas, porque me “obligo” a escribir y a liberar mi agenda de cualquier otro pendiente cotidiano que pueda haber (porque siempre hay, siempre se asoman más y más cosas que hacer). Y eso es lo que tendré que hacer para forzar a mi mente a priorizar actividades más placenteras. Así es como llegué a la idea de formar un club de lectura (dos en realidad, uno presencial y otro virtual), un taller de escritura de calaverita literaria y alguna otra cosa que se me ocurra después. También creo que debería incluir en mi agenda ir a la playa, sola, un par de veces al mes; o ir a ese café que tanto se me antoja, a leer, solo eso, sin tener otro propósito más que estar conmigo misma. Ese tipo de soledad sí la quiero. Los trastes, la ropa y los demás pendientes tendrán que esperar. Me rehúso a pensar que mi momento más emocionante de la semana sea escuchar a Armando Manzanero (que ni siquiera me gusta) en una lavandería semi-vacía.
Que hermosa reflexión, muchas veces me he cachado deseando ir sola al súper, al mercado. Como si fuera mi espacio de tranquilidad. Otras veces también he decidido no salir y quedarme en casa solo contemplando , pasar de un sillón a otro, dormir, escuchar música. Me encantaría escribir, tenso muchas veces en ello. Pero me llega el miedo y no lo hago. Al leerte me revoloteando el alma saber que estas ahí haciendo lo que te gusta y me anima y alegra. Quizá lo próximo qué busque sea inscribirme a un taller de escritura. Gracias por compartilo.
ResponderEliminarPues a escribit, mae. Solo hay que empezar y perderle el miedo. Y si quieres algún taller o empezar de a poco, yo puedo ayudarte.
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