Hace unos días cumplí 42 años. Y como la vida está hecha de opuestos que se complementan y crean un equilibrio, un día antes nos avisaron de la muerte de la abuelita de mi esposo. Uno sabe que la muerte está por llegar, a veces incluso parece ya la mejor alternativa para evitar el dolor e irse dignamente. Pero lo cierto es que nunca se sabe cómo vamos a reaccionar cuando llega. La noticia nos sorprendió en la madrugada y no pudimos volver a dormir. ¿Qué hago? Reviso mi celular, pongo café, me siento, me paro. ¿Qué más puedo hacer? Nada. Uno se siente tan inútil, tan fuera de lugar. Recuerdo igual cuando fui a ver a mi abuelo antes de que muriera. Me dieron ganas de ir al baño y no podía creer cómo algo tan mundano podía interrumpir un momento así. Pero así es. La vida sigue. Los procesos continúan su curso. Y en la víspera de mi cumpleaños, se sentía tan raro “festejar” que hace 42 años nací. Pero también es muy necesario a la vez: celebrar que sigo aquí, contar mis bendiciones, agradecer que la persona que ya no está se supo amada, que no quedó nada de nuestra parte por tratar de hacer más agradable su paso por este planeta.
Mi hija menor se despertó y, como el huracán que es, se puso a hacer sus cosas a las 3 am, sin importarle nada. Mi hija mayor, al enterarse, soltó en lágrimas. Ella es más consciente de lo que es la muerte y además tiene una sensibilidad innata que le hace experimentar todo más intensamente. Pero como decía, la vida no se detiene y horas más tarde estaba feliz de recibir su nombre de selva en los scouts.
Por mi parte, he estado yendo y viniendo en los distintos años que me ha tocado vivir:
“Aficionada a la lectura, el cine y la música. Paso mis días tratando de poner orden en el mundo a través de ordenar las palabras de otros. Nada me hace más feliz en las mañanas que un café bien cargado. Puedo vivir en medio del caos total, pero no soporto ver un cuadro chueco”.
Esta era la descripción de mí misma en mi blog y mi twitter. Era cuando no tenía hijas y trabajaba como editora. Y algunas partes siguen siendo ciertas. Pero ahora no tengo mucho tiempo de leer o ir al cine. Ahora paso mis días trantando de poner orden en mi casa (Sísifo la tiene fácil, comparado con las mamás que tenemos hijos pequeños) y ordenar las palabras de otros pasó a un nivel casi inexistente.
Hoy me queda más que claro que la vida es cambiante y también me ha hecho pensar en: ¿qué va a quedar de mí cuando no esté? Se quedan las fotos, las historias, los recuerdos, pero me gustaría que quedara algo más tangible: mi voz a través de mis palabras, mis historias. Así que, en vez de dedicarme a ordenar las palabras de los demás he procurado enfocarme en las mías, escribirlas, ordenarlas, darlas a conocer. Para mí, eso es lo más cercano a la vida eterna.
Por último, me encontré con esta imagen, muy ad hoc para mis reflexiones de estos días: “La Vida y la Muerte han estado enamoradas por más tiempo del que las palabras pueden describir. La Vida le envía incontables regalos a la Muerte y la Muerte los guarda por siempre”.