jueves, 22 de febrero de 2024

Vida y muerte

Hace unos días cumplí 42 años. Y como la vida está hecha de opuestos que se complementan y crean un equilibrio, un día antes nos avisaron de la muerte de la abuelita de mi esposo. Uno sabe que la muerte está por llegar, a veces incluso parece ya la mejor alternativa para evitar el dolor e irse dignamente. Pero lo cierto es que nunca se sabe cómo vamos a reaccionar cuando llega. La noticia nos sorprendió en la madrugada y no pudimos volver a dormir. ¿Qué hago? Reviso mi celular, pongo café, me siento, me paro. ¿Qué más puedo hacer? Nada. Uno se siente tan inútil, tan fuera de lugar. Recuerdo igual cuando fui a ver a mi abuelo antes de que muriera. Me dieron ganas de ir al baño y no podía creer cómo algo tan mundano podía interrumpir un momento así. Pero así es. La vida sigue. Los procesos continúan su curso. Y en la víspera de mi cumpleaños, se sentía tan raro “festejar” que hace 42 años nací. Pero también es muy necesario a la vez: celebrar que sigo aquí, contar mis bendiciones, agradecer que la persona que ya no está se supo amada, que no quedó nada de nuestra parte por tratar de hacer más agradable su paso por este planeta.


Mi hija menor se despertó y, como el huracán que es, se puso a hacer sus cosas a las 3 am, sin importarle nada. Mi hija mayor, al enterarse, soltó en lágrimas. Ella es más consciente de lo que es la muerte y además tiene una sensibilidad innata que le hace experimentar todo más intensamente. Pero como decía, la vida no se detiene y horas más tarde estaba feliz de recibir su nombre de selva en los scouts. 


Por mi parte, he estado yendo y viniendo en los distintos años que me ha tocado vivir: 


“Aficionada a la lectura, el cine y la música. Paso mis días tratando de poner orden en el mundo a través de ordenar las palabras de otros. Nada me hace más feliz en las mañanas que un café bien cargado. Puedo vivir en medio del caos total, pero no soporto ver un cuadro chueco”.


Esta era la descripción de mí misma en mi blog y mi twitter. Era cuando no tenía hijas y trabajaba como editora. Y algunas partes siguen siendo ciertas. Pero ahora no tengo mucho tiempo de leer o ir al cine. Ahora paso mis días trantando de poner orden en mi casa (Sísifo la tiene fácil, comparado con las mamás que tenemos hijos pequeños) y ordenar las palabras de otros pasó a un nivel casi inexistente. 


Hoy me queda más que claro que la vida es cambiante y también me ha hecho pensar en: ¿qué va a quedar de mí cuando no esté? Se quedan las fotos, las historias, los recuerdos, pero me gustaría que quedara algo más tangible: mi voz a través de mis palabras, mis historias. Así que, en vez de dedicarme a ordenar las palabras de los demás he procurado enfocarme en las mías, escribirlas, ordenarlas, darlas a conocer. Para mí, eso es lo más cercano a la vida eterna. 


Por último, me encontré con esta imagen, muy ad hoc para mis reflexiones de estos días: “La Vida y la Muerte han estado enamoradas por más tiempo del que las palabras pueden describir. La Vida le envía incontables regalos a la Muerte y la Muerte los guarda por siempre”. 


(Créditos de la imagen y la frase a quien corresponda.)

miércoles, 21 de febrero de 2024

Fracasitos

Empiezo a escribir la idea de un cuento. Una frase que se me ocurrió ayer, 14 de febrero. Debe ser algo de mi personalidad porque soy una especie de grinch del día del amor y la amistad. No me molesta que los demás festejen (bueno, ahora no, hubo una época en que sí me chocaba ver a todos con sus globos y sus peluches caminando tan felices por la calle); pero sí me pongo como “a la defensiva”. Supongo que es un mecanismo de defensa para tratar de combatir lo empalagoso del día, así que me pongo en un “mood” amargoso. Entonces estaba escuchando mi lista de canciones de Sabina, un cínico en temas del amor. Así que una de sus canciones me detonó la idea para un cuento. Hoy me senté a escribirlo y no avancé más de un párrafo. De pronto me acordé de otra idea que me surgió ayer y abrí otro documento para plasmarla. Igual que antes, avancé solo un párrafo. Y aquí me tienen ahora, escribiendo sobre mi proceso de escritura. 

Pero antes déjenme contarles que todo esto empezó ayer. Tenía toda la mañana destinada a escribir. Qué importa que la lavadora se descompuso y tengo que llevar la ropa a la lavandería. Qué importa que comamos atún. Hoy me dispongo a escribir. Y cuando estaba ya abriendo el documento, me manda aviso la computadora de que tengo que actualizar el sistema operativo. Y bueno… que cierro todo y la pongo a actualizarse. De pronto me acordé de un video que me enseñó mi hija, de un canal de YouTube que se llama “Fracasitos”. El personaje se sienta a trabajar en su escritorio. Y dice que primero va a hacerse un café, limpiar su escritorio, y ya de paso limpiar el resto de la casa, pintarla, lavar los trastes, bañar al gato y casi casi a negociar la paz en medio oriente; todo antes de ponerse a trabajar. Y cuando por fin se dispone a hacerlo, ya es súper tarde. Mi hija me dijo: sí podrías ser tú. Y yo: ¿qué? ¿Me has estado espiando? ¿Me conoces o me hablas al tanteo? 

Así que ayer, cuando empecé con la actualización, me acordé de “Fracasitos”. Y dicho y hecho. La computadora indicó que tardaría 30 minutos en actualizar, entonces decidí meterme a bañar. Para cuando salí y terminé de arreglarme ya era hora de preparar la comida. Así que hice de comer, fui a recoger a mi hija menor, comimos, vimos un capítulo de una serie y cuando me disponía a, ahora sí, sentarme a trabajar, el Word me indicó que tenía que cerrar para actualizar todos los programas. “Fracasitos, fracasitos…”, sonaba la cortinilla en mi cabeza. 

Cuando acabó, ya era hora de ir por mi otra hija. Así que fui por ella. Le conté de regreso todo lo que había pasado y se moría de risa. Y aunque intenté sentarme a trabajar toda la tarde, había tantas cosas que ellas querían platicarme que me resigné a cerrar la computadora y escucharlas. Tal vez de esto salga una historia después…

Aquí el video de Fracasitos, por si no lo conocen: 
https://youtu.be/aao9DwwOeeY?si=XBHxMVbi497sNZxe

No tengo nada que escribir

Me enfrento de nuevo a la página en blanco y recuerdo El libro vacío de Josefina Vicens. Es admirable cómo logró escribir toda una historia con un personaje que cuenta que no logra escribir. 

Escribir sobre el vacío. Escribir por escribir. Las ocupaciones diarias me mantienen a raya. A veces, viendo girar la ropa en la secadora de la lavandería, me pregunto si esto  es lo que me espera en los años que me quedan. Una rutina doméstica que sólo se aprecia cuando no se hace. Aunque he de decir que también es algo cómodo. No hay que pensar mucho, sólo hay que seguir con la corriente de las tareas que se acumulan. El problema es que mi cabeza no para y sí sigue pensando. Todo el día y a veces gran parte de la noche. Cosas insignificantes o dilemas filosóficos. Mi mente se alimenta de todo. Por ejemplo, ahora me preocupa que tengo que cambiar las rejillas de las regaderas y que el cajón del clóset se zafó de nuevo. Pero también pienso en todos los libros que quisiera leer y no he leído y empiezo a angustiarme por el tiempo que me queda. Y luego pienso en mis papás y el tiempo que les queda y así es como paso de un problema tan pequeño como las rejillas de la coladera, a la angustia existencial. 

Me imagino que no soy sólo yo. A raíz de la pandemia me enteré de muchas personas que comenzaron a padecer insomnio, ansiedad, ya no se diga depresión u otro tipo de afecciones de la salud mental. Y sí, las meditaciones y el ejercicio ayudan, también las terapias, ya sean tradicionales o alternativas, pero a mí lo que me ha funcionado es sentarme a escribir. Lo que sea, como sea. Y por eso vuelvo a recordar a Josefina Vicens, y a Julia Cameron con sus “morning pages” y su Camino del artista. Me siento en una sequía creativa, aunque también he leído por ahí que hay momentos en que “se alimenta” la imaginación para después dar paso a la creatividad. Puede ser que esté en la etapa de “alimentación” porque eso sí, he estado leyendo muchas cosas y viendo películas o series que me parecen inspiradoras, pero las letras nomás no salen, o no como quisiera. Dejo aquí, por lo pronto, la “nada” de esta semana. 


Navidades

¿Recuerdan esa época en la que la Navidad parecía llegar muy lentamente? Ahora que lo pienso, creo que toda la expectativa que teníamos de niños en torno a la Navidad era parte de lo que más disfrutábamos. En casa, mi papá siempre dedicaba mucho tiempo a adornar y yo le ayudaba feliz con lo que podía. Poner el árbol, el nacimiento, las luces y las decenas de figuritas, tazas, velas y demás adornos que mi papá ha ido recolectando con el paso de los años. También esperaba la posada en casa de mi abuelito, con las piñatas llenas de fruta y las piñatas “para grandes”, llenas de calcetines, jabones y demás ocurrencias. 
La Cena de Navidad era un tema importante, llevaba días de preparación y muchas manos, porque los romeritos y el bacalao no se limpian solos. Pero hasta eso disfrutaba. Mis tías, Papá Oni y yo sentados en la cocina pelando papas, desmenuzando pescado, partiendo nopales, platicando o escuchando. Y en Nochebuena, no podía faltar la lectura de la Biblia y los villancicos que cantábamos a capela a la luz de las velas. 
Entonces, cuando empezaron a faltar mis abuelos, un poco de esa magia se fue apagando. Aunque no del todo, porque los que nos quedamos hemos procurado conservar lo esencial de esas tradiciones. Y más aún, con la llegada de mis hijas ha renacido esa algarabía de abrir regalos y esperar (im)pacientemente el día de poner los zapatos en la noche para despertar a encontrar regalos por toda la casa.
A pesar de esa emoción, cada año he sentido que la época se me viene encima. Pareciera que hay poco tiempo y muchas cosas por hacer. Supongo que es parte de convertirse en adulto. Y no crean, ni siquiera me considero Grinch, como otros. Sí disfruto de poner el árbol, de hacer que mi casa luzca cada vez más colorida, hasta de poner uno que otro villancico. Así que he llegado a la conclusión de que lo que extraño es esa sensación de lentitud, cuando parecía que la época navideña duraba muchísimo y había muchas cosas padres por hacer. Disfrutaba las vacaciones, el frío (que aquí en mi querida Playa no baja de 14 grados), ver a la familia, ir a escoger mi atuendo para fin de año (recuerdo que era la época principal en que mis papás podían comprarme ropa para todo el año), ver anuncios de juguetes en la televisión, sobre todo cuando veía Chabelo (sí, ver comerciales era uno de los pasatiempos cuando éramos niños), tomar ponche, ir al tianguis de la Romero Rubio. 
A veces creo que nos esforzamos demasiado por tener cosas que se irán rápidamente al olvido. Sí, está padre recibir y dar regalos, pero hoy en día siento que apreciaría más un poco de calma, de ese tiempo distendido de la infancia, con velitas, luces de bengala y “colaciones” de fruta, cacahuates y dulces que creo que ya ni existen. Este año viene parte de mi familia a pasar las fiestas con nosotros y quisiera hacer que el tiempo se estirara lo más posible para disfrutarlos y para que mis hijas sigan creando esos recuerdos que les alimentarán el corazón en su vida adulta. Ya le hice mi cartita a Santa expresándole mi deseo. Espero que me lo cumpla.  

Diciembre 2023

miércoles, 14 de febrero de 2024

Amistades

 

Ahora que se acerca el día de la amistad he estado pensando en aquellas amistades que se fueron y las nuevas que llegaron. Mucho se habla del amor, de las relaciones de pareja, de cómo encontrar tu media naranja, pero poco se habla realmente de cómo ser buen amigo o cómo encontrar amistades que te nutran. Yo me he considerado siempre una buena amiga, y siempre le he dado un gran peso a mis amistades, aunque a veces, más de las que me gustaría reconocer, esas amistades me dejaron a un lado o de plano se volvieron casi mi némesis. 
Tuve amigas que al pasar de primaria a secundaria dejaron de hablarme y me “barrían” con la mirada en los recesos. Lo peor es que nunca supe qué fue lo que hice para merecer tal trato. Otras amistades se van transformando porque todos cambiamos. Nuestros gustos e intereses cambian, evolucionan. Algunas otras amistades se mantienen en pausa hasta que volvemos a retomarlas cuando estamos en sintonía de nuevo. Otras pasan a estar en el fondo, ya no tan presentes, pero sin dejar de estar ahí, como ese ruido blanco que no se nota, pero te mantiene en un estado de paz. 
Y hay amistades que son tus confidentes, las que saben tus miedos, comparten tus alegrías y literalmente te sostienen la mano en momentos difíciles. Hay amistades que se convierten incluso en familia. 
¿Pero qué pasa cuando una de esas amistades se va? Rompe contigo y quiere alejarse de ti. El famoso “córtalas” de cuando estábamos en primaria, pero en la vida adulta, cuando hay dinero, proyectos y sociedades que disolver. Córtalas y habla con mis abogados. Así como con aquella amiga que me barría al llegar a la secundaria, me quedé con cara de “¿qué pasó aquí?”. Lo que pensé sería una amistad de por vida, una relación que se formó en la adultez y que llevaba más años de los que tenía con mi esposo, de un día para otro se terminó. 
Pocas veces nos enseñan a lidiar con eso. Debo decir que fue lo más difícil que me ha tocado superar. Ninguna ruptura amorosa se compara con el dolor de perder una amistad de ese tipo. Al menos así fue en mi experiencia. Con el tiempo fui comprendiendo que también esas relaciones van cambiando, transformándose según las circunstancias de vida. Probablemente ya no estábamos en la misma sintonía y la falta de comunicación hizo que una bola de nieve se transformara en la avalancha que nos aplastó. Y creo que tal vez si hubiéramos hablado de lo que nos molestaba podríamos haberlo solucionado, pero la otra parte no estaba dispuesta y, como dicen, a la fuerza, ni los zapatos. Pero, así como uno se recupera de un mal de amores, yo me recuperé de ese trago amargo. Acepto mi parte de responsabilidad y tomo nota para no repetir los errores en un futuro. Y como creo que todo es energía, todo lo que se movió con esa pérdida permitió que llegaran nuevas personas, quienes me han hecho recuperar la fe en la amistad. Entré a un club de lectura donde descubrí que puedo compartir intereses con personas que tienen 20 años menos que yo. Encontré amigos que comparten mi interés por la escritura, aunque en realidad no tengan mucho que ver con el mundo de los libros. Encontré amigas para ir a desayunar mientras las bendiciones están en la escuela y que entienden mis inquietudes de mamá, de emprendedora, de esposa. Y me siento muy afortunada de que esas amistades enriquezcan mi vida de muchas formas; me hacen sentir contenida y respaldada ante cualquier situación que se presente.  
Y a aquellas amistades que se han ido o que se han diluido con el tiempo, también les deseo lo mejor, porque sé que fuimos importantes en nuestros caminos y honro lo que alguna vez fue, ya sin dolor, solo con aprendizaje. Feliz día de la amistad.