Ahora que se acerca el día de la amistad he estado pensando en aquellas amistades que se fueron y las nuevas que llegaron. Mucho se habla del amor, de las relaciones de pareja, de cómo encontrar tu media naranja, pero poco se habla realmente de cómo ser buen amigo o cómo encontrar amistades que te nutran. Yo me he considerado siempre una buena amiga, y siempre le he dado un gran peso a mis amistades, aunque a veces, más de las que me gustaría reconocer, esas amistades me dejaron a un lado o de plano se volvieron casi mi némesis.
Tuve amigas que al pasar de primaria a secundaria dejaron de hablarme y me “barrían” con la mirada en los recesos. Lo peor es que nunca supe qué fue lo que hice para merecer tal trato. Otras amistades se van transformando porque todos cambiamos. Nuestros gustos e intereses cambian, evolucionan. Algunas otras amistades se mantienen en pausa hasta que volvemos a retomarlas cuando estamos en sintonía de nuevo. Otras pasan a estar en el fondo, ya no tan presentes, pero sin dejar de estar ahí, como ese ruido blanco que no se nota, pero te mantiene en un estado de paz.
Y hay amistades que son tus confidentes, las que saben tus miedos, comparten tus alegrías y literalmente te sostienen la mano en momentos difíciles. Hay amistades que se convierten incluso en familia.
¿Pero qué pasa cuando una de esas amistades se va? Rompe contigo y quiere alejarse de ti. El famoso “córtalas” de cuando estábamos en primaria, pero en la vida adulta, cuando hay dinero, proyectos y sociedades que disolver. Córtalas y habla con mis abogados. Así como con aquella amiga que me barría al llegar a la secundaria, me quedé con cara de “¿qué pasó aquí?”. Lo que pensé sería una amistad de por vida, una relación que se formó en la adultez y que llevaba más años de los que tenía con mi esposo, de un día para otro se terminó.
Pocas veces nos enseñan a lidiar con eso. Debo decir que fue lo más difícil que me ha tocado superar. Ninguna ruptura amorosa se compara con el dolor de perder una amistad de ese tipo. Al menos así fue en mi experiencia. Con el tiempo fui comprendiendo que también esas relaciones van cambiando, transformándose según las circunstancias de vida. Probablemente ya no estábamos en la misma sintonía y la falta de comunicación hizo que una bola de nieve se transformara en la avalancha que nos aplastó. Y creo que tal vez si hubiéramos hablado de lo que nos molestaba podríamos haberlo solucionado, pero la otra parte no estaba dispuesta y, como dicen, a la fuerza, ni los zapatos. Pero, así como uno se recupera de un mal de amores, yo me recuperé de ese trago amargo. Acepto mi parte de responsabilidad y tomo nota para no repetir los errores en un futuro. Y como creo que todo es energía, todo lo que se movió con esa pérdida permitió que llegaran nuevas personas, quienes me han hecho recuperar la fe en la amistad. Entré a un club de lectura donde descubrí que puedo compartir intereses con personas que tienen 20 años menos que yo. Encontré amigos que comparten mi interés por la escritura, aunque en realidad no tengan mucho que ver con el mundo de los libros. Encontré amigas para ir a desayunar mientras las bendiciones están en la escuela y que entienden mis inquietudes de mamá, de emprendedora, de esposa. Y me siento muy afortunada de que esas amistades enriquezcan mi vida de muchas formas; me hacen sentir contenida y respaldada ante cualquier situación que se presente.
Y a aquellas amistades que se han ido o que se han diluido con el tiempo, también les deseo lo mejor, porque sé que fuimos importantes en nuestros caminos y honro lo que alguna vez fue, ya sin dolor, solo con aprendizaje. Feliz día de la amistad.
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