¿Recuerdan esa época en la que la Navidad parecía llegar muy lentamente? Ahora que lo pienso, creo que toda la expectativa que teníamos de niños en torno a la Navidad era parte de lo que más disfrutábamos. En casa, mi papá siempre dedicaba mucho tiempo a adornar y yo le ayudaba feliz con lo que podía. Poner el árbol, el nacimiento, las luces y las decenas de figuritas, tazas, velas y demás adornos que mi papá ha ido recolectando con el paso de los años. También esperaba la posada en casa de mi abuelito, con las piñatas llenas de fruta y las piñatas “para grandes”, llenas de calcetines, jabones y demás ocurrencias.
La Cena de Navidad era un tema importante, llevaba días de preparación y muchas manos, porque los romeritos y el bacalao no se limpian solos. Pero hasta eso disfrutaba. Mis tías, Papá Oni y yo sentados en la cocina pelando papas, desmenuzando pescado, partiendo nopales, platicando o escuchando. Y en Nochebuena, no podía faltar la lectura de la Biblia y los villancicos que cantábamos a capela a la luz de las velas.
Entonces, cuando empezaron a faltar mis abuelos, un poco de esa magia se fue apagando. Aunque no del todo, porque los que nos quedamos hemos procurado conservar lo esencial de esas tradiciones. Y más aún, con la llegada de mis hijas ha renacido esa algarabía de abrir regalos y esperar (im)pacientemente el día de poner los zapatos en la noche para despertar a encontrar regalos por toda la casa.
A pesar de esa emoción, cada año he sentido que la época se me viene encima. Pareciera que hay poco tiempo y muchas cosas por hacer. Supongo que es parte de convertirse en adulto. Y no crean, ni siquiera me considero Grinch, como otros. Sí disfruto de poner el árbol, de hacer que mi casa luzca cada vez más colorida, hasta de poner uno que otro villancico. Así que he llegado a la conclusión de que lo que extraño es esa sensación de lentitud, cuando parecía que la época navideña duraba muchísimo y había muchas cosas padres por hacer. Disfrutaba las vacaciones, el frío (que aquí en mi querida Playa no baja de 14 grados), ver a la familia, ir a escoger mi atuendo para fin de año (recuerdo que era la época principal en que mis papás podían comprarme ropa para todo el año), ver anuncios de juguetes en la televisión, sobre todo cuando veía Chabelo (sí, ver comerciales era uno de los pasatiempos cuando éramos niños), tomar ponche, ir al tianguis de la Romero Rubio.
A veces creo que nos esforzamos demasiado por tener cosas que se irán rápidamente al olvido. Sí, está padre recibir y dar regalos, pero hoy en día siento que apreciaría más un poco de calma, de ese tiempo distendido de la infancia, con velitas, luces de bengala y “colaciones” de fruta, cacahuates y dulces que creo que ya ni existen. Este año viene parte de mi familia a pasar las fiestas con nosotros y quisiera hacer que el tiempo se estirara lo más posible para disfrutarlos y para que mis hijas sigan creando esos recuerdos que les alimentarán el corazón en su vida adulta. Ya le hice mi cartita a Santa expresándole mi deseo. Espero que me lo cumpla.
Diciembre 2023
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