Cuando entré al cuarto, ella estaba desnuda, con las piernas abiertas, tan natural como siempre. Apoyaba un pie en la cama y el otro en el suelo. Estaba viéndose las uñas de los pies. No sé si se dio cuenta de que la observaba lleno de deseo y admiración, pero no se inmutó. Parecía un cuadro costumbrista: la luz colándose por la ventana a través de una delgada cortina, sus pechos recargados sobre su muslo, su cabello mojado cubriéndole parte de la cara, dejando caer pequeñas gotas de agua sobre sus hombros, su piel morena y brillante, sus mejillas rosadas, como si mostraran un pudor que se contraponía a la imagen de su sexo expuesto, cálido, incitante...
sábado, 17 de octubre de 2015
María
Hoy me enteré de que hace 49 años falleció
María, mi abuela materna. No es que no supiera que falleció, pero no era
consciente del día ni de que habían pasado tantos años ya.
Evidentemente, no la
conocí más que a través de lo que me han contado mi mamá y mis tías de ella. Mi
abuelito Papá Oni me contó también algunas cosas, de cuando la conoció y se
enamoró de ella: “La escuché cantar y se me cayeron los calzones”. No se
espanten, así hablaba él. También, con un poco de pesar, me confesó que llegó a
portarse no tan bien con ella: “Fui un cabrón”. De nuevo, así era Papá Oni.
Dicen que mi tía Ruth heredó la voz de su
mamá, aunque el gusto por la música lo tienen todos. Le encantaba cantar mientras hacía sus actividades cotidianas y a veces lo hacía también cuando mi abuelito se lo pedía.
Por lo que me han contado, era firme y
estricta (mis tías y tío recuerdan todavía algunos de sus métodos
disciplinarios), pero también cariñosa y bondadosa (una vez intercedió ante los
mismísimos Reyes Magos para que le trajeran a los vecinos algo en su casa).
Mi mamá recuerda con nostalgia ciertas
recetas diciendo “así era como lo hacía mi mamá”. Afortunadamente, mi mamá
tiene la habilidad de reconocer sabores y ha podido rescatar del olvido varios
de esos dichosos platillos para deleite nuestro.
Sé que a todos les hizo falta en algún
momento, incluso a los que no la conocimos y sé que aún hoy se le extraña. Hace
49 años te fuiste María, pero sigues entre nosotros, con tus enseñanzas y
recuerdos.
jueves, 15 de octubre de 2015
Eres como el mar
Eres como el mar
Arremetiendo contra la arena
Me invades
Me humedeces
Me rodeas
Vas y vienes
rítmicamente
a veces con la calma
de un día soleado
otras con la fuerza
de una tormenta
Mi niña
Mi niña, ven y toma mis pechos, cuencos de leche tibia.
Acércate a tu refugio a soñar tus sueños.
Regresa al origen, al amor y la alegría que te engendraron.
Al placer que fecunda y riega vida por el mundo.
Ven mi niña, a calmar tus lágrimas
y a acunarte en mis brazos, que estarán para ti
por siempre.
Lléname con la luz de tus ojos, ternura mía,
pues tu mirada es la mayor muestra de amor.
Acércate a tu refugio a soñar tus sueños.
Regresa al origen, al amor y la alegría que te engendraron.
Al placer que fecunda y riega vida por el mundo.
Ven mi niña, a calmar tus lágrimas
y a acunarte en mis brazos, que estarán para ti
por siempre.
Lléname con la luz de tus ojos, ternura mía,
pues tu mirada es la mayor muestra de amor.
viernes, 15 de mayo de 2015
Contención
Cuando me convertí en mamá, había una
palabra que me rondaba la cabeza con frecuencia: contención.
El bebé a veces necesita ser abrazado y
arropado para sentirse seguro y calmado, entonces la mamá lo envuelve, lo
arrulla y lo contiene entre sus brazos.
De igual manera de pronto la mamá se
siente abrumada y es cuando el papá tiene un papel fundamental para contener a
la mamá y al bebé dándoles apoyo y seguridad.
Y finalmente, la familia recién formada,
con todos los aprendizajes nuevos, también requiere la contención del resto de
la familia y los amigos, sabiendo que están ahí cuando se ofrezca.
Por eso creo que el desarrollo de un bebé
y su bienestar están ligados no sólo con la mamá, sino con todo el tejido
social que lo sostiene, que lo contiene.
Gracias a todos aquellos que han sido
nuestra red para que Alexia sea hoy una nena que camina con confianza de que
estaremos ahí para detenerla y ayudarla si se cae.
viernes, 24 de abril de 2015
Carmelita
Hoy hubiera sido cumpleaños de Carmelita.
Había prometido escribir algo sobre ella, pero no sé ni por dónde empezar. Era
todo un personaje.
Aunque nunca tuvo hijos, nos adoptó a mis
primos y a mí como sus nietos, o nosotros la adoptamos a ella, da igual. El
caso es que nos dio su amor y sus cuidados a cada uno de los niños de esa
generación.
Un poco en broma y un poco en serio,
decíamos que seguramente en alguna vida pasada fue miembro de la realeza,
porque le fascinaba leer en la revista Hola
todas las historias de las princesas, duquesas y demás personajes de la nobleza
europea y cuando visitó algunos de esos palacios y castillos, los conocía a la
perfección, casi como si ya hubiera estado ahí antes.
Siempre iba bien arreglada, con un
peinado impecable, maquillada y vestida según la ocasión lo requería. Creía
firmemente que para ir al aeropuerto se debería vestir saco y tacones, a
diferencia de los jeans y tenis que
llevábamos la mayoría. También recordaba con nostalgia la época en la que
Sanborns era un lugar elegante al que, igualmente, tenía que irse con los
mejores trajes.
Era una cocinera incomparable: preparaba
el mole como se hacía antes, con toda la mezcla de chiles, semillas y demás
especias que corresponden. No he probado mejor paella que la que hacía para los
cumpleaños de Papá Oni y su pay de nuez es legendario entre aquellos que
tuvimos la dicha de probarlo. Eso sí, cuidaba sus recetas a más no poder, rara
vez las compartía y cuando lo hacía, tenía un pequeño truco para no revelar los
ingredientes secretos: “¿Me pasas ese frasco que está hasta allá atrás?”,
cuando volteabas ya le había puesto a la cacerola algo que nunca ibas a saber.
Podía ser la más tierna y nombrarnos a
todos con nombres como “Pablito”, “Dany” o “Citlalina” (así me decía Papá Oni
también), pero también tenía el humor más negro que he conocido, como cuando le
dijo a Conchita, su hermana, en el funeral de otra de sus hermanas: “Bueno
Conchita, hay que echarnos un volado para ver quién sigue”.
También se hizo la fama de hablar
dormida, de hacer trampa en las damas chinas y de esconder el niño de la rosca
cuando le había salido a ella.
Era bromista y malhablada, pero se
preocupaba de enseñarnos los buenos modales, tanto que muchos de mis primos
recibieron como regalo el famosísimo Manual de Carreño, aunque nadie realmente
le hizo mucho caso.
Tuve el privilegio de aprender a nadar
con ella en el mar de Zihuatanejo. “Nunca le tengas miedo al mar”, me decía,
“tenle respeto, pero no miedo”.
Hace ya casi un año que no está con
nosotros, pero tuve la fortuna de que conociera a Alexia y con su cariño de
siempre me dijo: “está muy linda tu niña”. La última vez que la vi fue en su
cumpleaños, el año pasado. Todavía la extraño y siempre la extrañaré.
martes, 21 de abril de 2015
De la escritura y mis demonios
Ayer estaba leyendo una entrevista que le
hicieron a Alice Munro cuando ganó el Premio Nobel de Literatura en 2013 y me
impactó saber que era ama de casa y que prácticamente estaba alejada del “mundo
académico”, lo que sea que eso signifique. Su escritura la creó robándole
pequeños momentos a su cotidianeidad, entre recoger a sus hijos de la escuela y
darles de comer.
Debo reconocer que, como a casi todos los
nobel de literatura, no la había leído ni sabía nada de ella. Hace algunos
meses me encontré con una novela suya –La
vida de mujeres– y me atrapó de inmediato. La narrativa fluye de manera muy
natural, que es el objetivo de Munro, y lo logra muy bien. Así que ayer que me
encontré una recopilación de sus cuentos hecha por ella misma, no dudé en
comprarla.
Además de convertirme en su fan, me
parece admirable la manera en que habla de su oficio como escritora, de la
dedicación que ponía y cómo tal vez se hubiera visto abrumada de haber
continuado sus estudios universitarios, aunque reconoce que eso no la hubiera
detenido. Esto sobre todo fue lo que me cayó como un balde de agua fría.
Reconozco que haber estudiado Literatura bloqueó mis intentos de escribir.
Claro, al final creo que es un mero obstáculo que debería sobrepasar, sin
embargo ha sido difícil. Y sí, la vida académica me gustó, me gusta la crítica
y la teoría, y creo que soy buena para eso, pero también me encantaría retomar
la parte creativa y no para ser un Nobel, sino para simplemente hacer algo que
quería desde niña.
Recuerdo que tenía 7 u 8 años cuando
escribí mi primer cuento, una historia de terror. Lo escribí a mano, en una de
esas libretas de pasta dura que acostumbraban pedir en la escuela. Ni siquiera
recuerdo bien el argumento y creo que nunca se la di a leer a nadie, aunque no
me importaba eso sino el simplemente hecho de escribir.
También llevé un diario por varios años,
escribiendo las cosas que una niña –después adolescente– puede escribir. Por
supuesto hubo cartas a mis primeros amores, algunas que nunca se entregaron, afortunadamente,
y otras que preferiría se hubieran quedado igualmente en el anonimato.
En la preparatoria mis pésimas maestras
de Literatura casi me hacen dudar de mi vocación, sin embargo resistí los
embates de la falta de pedagogía, a pesar de que nunca aceptaron mis textos en
el periódico escolar.
Pero en la universidad todo cambió. Me
sentí abrumada por tantos autores, tantas críticas, y las opiniones de algunos
maestros y otras personas a las que admiraba. Poco a poco me fui bloqueando
hasta que mi pluma se secó.
Los últimos años he tratado de reponerme,
de retomar el gusto por escribir, pero han sido pobres mis intentos.
Aun así, pareciera que todas las señales
me indican que me anime a escribir. Total, ¿qué puede pasar? Alice Munro, sus
textos y su entrevista me han gritado nuevamente: es posible, escribe, róbale
tiempo a tus ocupaciones de mamá y escribe, como un desahogo, como un
experimento, como una necesidad.
Así que hoy les dejo este texto, como un
intento más de dejar los bloqueos, los prejuicios y los miedos atrás. Ojalá sea
el primero de muchos más.
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