jueves, 7 de noviembre de 2024

Crónicas chilangas

 

Mi ciudad es chinampa
En un lago escondido
Es cenzontle que busca
En donde hacer nido
Reguilete que engaña la vista al girar


Viví por 36 años en la Ciudad de México. Y ahora que voy de visita pareciera que todo sigue igual y a la vez tan diferente. Y no solo en la ciudad. Me quedé en casa de mis papás y también ahí todo tiene un aire de nostalgia, pero ya nada es igual a cuando vivía ahí. Hasta el puesto de las gorditas ahogadas se ha modernizado: ahora anotan tu pedido en una tablet, que genera inmediatamente dos tickets: uno para el cliente y otro para la cocina. Ya no hay bancos en la barra y tienes que tomar tu pedido con una charola (como en cafetería estudiantil) para ir a comer a las mesas de afuera. 
Pero algo ha de tener de maravilloso la Ciudad de México que sigue arrastrando a millones de personas a vivir ahí. También es cierto que si no conoces otra cosa, la fuerza de la costumbre es muy fuerte. 
Después de vivir 6 años en otra ciudad, no comprendo cómo pasaba 2 horas en el auto camino al trabajo; y otras dos (o 3 en épocas decembrinas) de regreso a casa.


Sin embargo, al visitar el museo Franz Mayer volví a plantearme: ay, ¿y si regresáramos a vivir acá? Y venir con mis hijas a los museos, ir a la Roma a la casa del té que me gusta o ir a la Condesa a tomarme un café y una tarta de nata en El Péndulo. Al mismo tiempo me dio risa porque caí en el cliché de que la Ciudad de México es solo esa zona céntrica y burguesa. Pero no, también me gustaría ir por unos tacos al mercado de la Romero Rubio y caminar en el camellón que va de casa de mis papás a la panadería que vende las mejores conchas del mundo. Porque, ¿dónde más se va a encontrar uno a un vagabundo cantando a todo pulmón "De música ligera" por las calles del centro? 


En una esquina es muy fácil (que tú puedas ver)
A un niño que trabaja y finge (sonreír)
Lanzando pelotas (pa' vivir)
Solo es otro mal payaso (para ti)
También sin quererlo (puedes ver)
A un flaco extraño (gran fakir)
Que vive y vive (sin comer)
¡Lanzando fuego!
Gran circo es esta ciudad 


En fin, volví de nuevo a la tranquilidad de la ciudad de provincia, que tiene muchas comodidades y, aun así, sigue pareciendo un pueblo donde, si sales a cualquier lado, te encuentras a alguien conocido. Al menos logré recargar mi corazón (y mi panza) de todo lo bonito que dejé allá. Nos vemos pronto, Chilangolandia.

Transando de arriba abajo
Ahí va la chilanga banda
Chinchín si me la recuerdan
Carcacha y se les retacha



miércoles, 30 de octubre de 2024

Cumpleaños 80 de mi papá


Hay una canción que dice: “¿Cuánto me debía el destino, que contigo me pagó?”  Siempre me pareció hermosa esa idea de esta conexión más allá de esta vida presente y, aunque la canción se refiere a un vínculo romántico, yo lo quiero aplicar a esta unión de almas que existe entre mi papá y yo. No porque el destino me debiera algo, sino porque Dios me bendijo con su presencia en esta vida. 


Siempre ha sido un padre amoroso, responsable, a veces estricto y firme, pero sobre todo una presencia que, desde que tengo memoria, nos ha guiado hacia buscar verdades más grandes, a voltear al interior y hacerle caso a la voz del corazón. Tal vez, además de la vida, ese haya sido el regalo más grande que me ha dado: la certeza de ser amada incondicionalmente por él y por esa gran presencia universal que llamamos Dios. 



Esos entendimientos han llegado a mí ya en una edad adulta, pero desde niña he tenido la evidencia de su amor a través de  pequeños detalles: sus cálidos y estrujados abrazos, sus palabras de consuelo, sus consejos, su forma de ver la belleza en el mundo, su voz profunda que reconforta, sus manos que sanan, sus enseñanzas, su compasión por los demás, su afán de ayudar y servir. 




Papá, son muchas las cosas que podría enumerar de ti, pero en este momento de celebración solo me queda decir: “Cuánto me debía el destino que contigo me pagó?”. 

Gracias a Dios por tu existencia y por las maravillosas sincronicidades que me han permitido ser tu hija en esta vida. ¡Te amo!




domingo, 6 de octubre de 2024

El gozo



“Dedícate a hacer cosas que te causen gozo”, dijo mi terapeuta. Fácil, ¿no? Se supone que todos buscamos eso. Pero ¿qué es realmente? Porque es sencillo caer en las trampas del alcohol, las drogas, el sexo y el pan (no nos olvidemos del pan), y seguramente esto nos traerá picos de “felicidad”. ¿Y luego qué? El hedonismo desenfrenado te suele regresar al mismo lugar vacío si no se resuelven las causas de fondo de estar buscando ese rush de adrenalina.
Creo que nunca nos enseñan a descubrir qué es lo que nos causa gozo. De pronto pienso en la película Amélie, donde cada personaje se presenta en términos de “a él le gusta o ama hacer tal o cual cosa” o “él detesta tal otra”. Pero no se revelan grandes manifiestos filosóficos, sino que se da cuenta de esos pequeños detalles que te hacen sonreír (o refunfuñar, según sea el caso). 


Entonces, tengo que emprender la búsqueda de estos pequeños (y grandes) momentos de gozo. Como también se ve en la película Soul. A veces buscamos un “gran propósito” para nuestra vida, cuando al parecer sólo se trata de vivirla, disfrutarla, estar presente en cada momento que, aunque parezca insignificante, va llenando de luz nuestros días. 


Pero ¿cómo rescatar estos haces de luz entre el ajetreo diario? Desenterrarlos de las cosas mundanas que nos absorben, como cuando buscas una concha entre la arena o rescatas una hoja hermosa que está debajo de la tierra. Por más que uno quiera salirse de las convenciones, al parecer estamos programados para conseguir la “vida perfecta”. Estudiar, trabajar, “triunfar”. ¿Y luego qué? Encontrar una pareja, casarse, formar una familia. ¿Y luego qué?Tal vez damos por sentado las cosas que nos gustan. Y parecen tan sencillas, que se van perdiendo entre tantas expectativas de grandeza. Porque tal vez no a todos les guste bailar, escuchar música, o ver el amanecer y tomarle fotos, ver películas que hacen llorar y pensar, pero también las bobas que me hacen reír, despertar temprano y caminar. O escribir. 


A veces pensaba que todos podían o querían hacer esas mismas cosas y resulta que no. ¿Será que esos son los indicios de mi camino hacia el gozo? Siempre han estado ahí y dejé de verlos. ¿Y luego qué?, pregunto otra vez. La respuesta, me parece, es que es hora de volver a ser una niña. De nuevo, parece fácil decirlo, pero hay cierta maestría en la infancia que tristemente se va perdiendo cuando crecemos. Si no me creen, les regreso la pregunta: ¿ustedes qué harían para recuperar el gozo en sus vidas?


domingo, 29 de septiembre de 2024

De soledades a soledades



La lavandería es el lugar más solitario a las 7:52 am de un viernes de septiembre. Olvidé mis audífonos y por eso me percato de que suena “Sabor a mí” en versión saxofón. En una pantalla pasan la transmisión en vivo de la casa de los famosos. Se ven varias camas con sujetos inmóviles. En la otra se ve máster chef. Lástima que el “Aquacine” sea exclusivo para los niños y tenga sillas tan pequeñas porque preferiría ver Sing 2. Me siento de espaldas a la transmisión morbosa de camas grises. Es más productivo ver los ventiladores girando y moviendo con su aire las decoraciones mexicanas, me imagino a las muñequitas vestidas de china poblana bailando al son del Jarabe Tapatío. 
Ahora suena “Bésame mucho”, deslavada (valga el término) por estos arreglos para sala de espera. ¿Cuál será la mejor interpretación? Ha sido covereada tantas veces que es difícil saber. Hasta Los Beatles tienen su versión. 
Pienso en lo maravilloso que es tener este tiempo a solas, un tiempo para sentarme a ver la ropa dar vueltas y ver memes sin interrupciones. Sin embargo, enseguida caigo en cuenta de que pareciera que me compré la idea de que sentarme en la lavandería es un “momento de paz”, un “espacio para mí”. WTF!! También eso me hizo recordar que una amiga nos contaba hace poco que siente alivio cuando alguien le ayuda a cuidar a sus hijos y puede ir a hacer el súper sola. ¿Pero qué diablos nos pasa? ¿En serio hacer las labores domésticas a solas lo hemos relacionado con un momento para nosotras? Y eso que ya estamos en una etapa donde nuestros hijos no dependen tanto de nosotras. 

Con todo esto en mente, mientras doblaba ropa y veía un capítulo de Only Murders in The Building, llegué a la conclusión de que tengo que hacerme el espacio para hacer cosas que realmente me gusten. Por eso mis mañanas de Tertulia (una reunión semanal donde 4 personas nos leemos por Zoom lo que escribimos en la semana) siguen siendo como un salvavidas, porque me “obligo” a escribir y a liberar mi agenda de cualquier otro pendiente cotidiano que pueda haber (porque siempre hay, siempre se asoman más y más cosas que hacer). Y eso es lo que tendré que hacer para forzar a mi mente a priorizar actividades más placenteras. Así es como llegué a la idea de formar un club de lectura (dos en realidad, uno presencial y otro virtual), un taller de escritura de calaverita literaria y alguna otra cosa que se me ocurra después. También creo que debería incluir en mi agenda ir a la playa, sola, un par de veces al mes; o ir a ese café que tanto se me antoja, a leer, solo eso, sin tener otro propósito más que estar conmigo misma. Ese tipo de soledad sí la quiero. Los trastes, la ropa y los demás pendientes tendrán que esperar. Me rehúso a pensar que mi momento más emocionante de la semana sea escuchar a Armando Manzanero (que ni siquiera me gusta) en una lavandería semi-vacía. 

jueves, 19 de septiembre de 2024

Lo que extrañamos


Antes de que nos olviden

haremos historia.

Caifanes



Acabo de ver la serie Nadie nos va a extrañar. Caí porque todo mundo decía que era súper nostálgica y tenía canciones de Caifanes. Y así empieza, con una canción de Caifanes e imágenes del DF en los años 90 (sí, entonces era todavía el DF). Vemos los taxis verdes, los camiones de Ruta 100, los carros viejitos. Era 1994, el año que empezó con el levantamiento del EZLN, el mismo día que entró en vigor el dichoso Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México. En ese año yo terminé la primaria y entré a la secu. Es uno de los pocos años que ubico con claridad porque pasaron muchas cosas en México y en el mundo. Cómo olvidar el asesinato de Colosio, quien parecía el Mesías que venía a salvarnos (curioso que cada 6 años surjan esos mesías, ¿no?), Kurt Cobain se había suicidado (fue la primera muerte de un músico que realmente me impactaba) y a fines de ese año vino “el error de diciembre”, con su respectiva crisis económica. 

Pero volviendo a la serie, después de mostrarnos brevemente a los protagonistas, nos ubica en una escuela preparatoria, con los cuadernos Scribe de la época y la bonita costumbre de pasarse papelitos durante las clases. En los recesos vemos a los estudiantes comprando Boings de triangulito y Ricaletas, en la cooperativa (seguramente los alumnos de hoy poco saben de esas tienditas escolares de las cuales, en los buenos años, hasta nos repartían las ganancias). 

La historia es de estas historias “de crecimiento”, bildungsroman, como dirían los alemanes que tienen palabras para todo. Vemos cómo este grupo de amigos, un puñado de nerds, pasan de ser niños a jóvenes, con todas las circunstancias que esto conlleva. Crecer duele, como ya bien sabemos. A veces más, a veces menos. Lo que me gustó es ver que en este caso los personajes principales son ese grupito de ñoños, los más “aplicados” y ahí es donde, más allá de las referencias generacionales, también logro identificarme. Supongo que ahora esos nerds son los que están escribiendo las historias, sus historias, y mostrándolas al mundo. 

De nuevo, regresando a la serie, les decía que trata de la transición hacia el mundo adulto, cuando todo se vive tan intensamente: el primer amor de verdad, la primera experiencia sexual (la pena de ir a comprar condones), las cartas, los mixtapes grabados del radio con la combinación exacta de canciones para expresar lo que sentías (y tratando de que el locutor no tapara el inicio o el final de la música), las tardeadas, la primera vez que tomas alcohol o que quieres emborracharte con Caribe Coolers. Y, también, las primeras veces que sientes que el mundo se te acaba. ¿Cómo superar eso? Cada quien va encontrando su manera. O no. 

Me pregunto por qué ahora tienen tanto éxito estas historias. Supongo que la nostalgia siempre vende, la posibilidad de conectar con la experiencia colectiva, algo que no percibes muy bien hasta que volteas a ver esa época, años después. Porque yo también tuve al maestro buena onda de inglés que nos ponía canciones para tratar de motivarnos y aprender algo del idioma. Yo también hice pulseritas con tiras de plástico y jugué al resorte. Yo también tuve un Walkman e iba al Videocentro a rentar películas. La serie incluso revivió a aquella maestra de Carrusel, la telenovela “infantil” que todos vimos en algún momento, pero convertida en una maestra cruel y desalmada. 


Y bueno, qué decir de la música. Pareciera que mis cuentos y mi idea de mezclarlos con canciones es algo que está “en el aire”. El soundtrack está plagado de canciones del “Rock en tu idioma”, pero también de aquellas canciones que escuchaban nuestros papás (José María Napoleón, Yuri, Camilo Sesto) y de las canciones de las fiestas (como Caló, Proyecto uno y Ace of Base). No cuento más porque no quiero soltar spoilers, pero es claro que el nombre de Nadie nos va a extrañar, aunque sí está ligado a la trama, nos recuerda todo lo que sí extrañamos de aquella época. 











La insoportable levedad del ser… sin café

No recuerdo bien cuándo comencé a tomar café. Seguramente fue en casa de mi abuelito después de alguna comida de domingo. Mis tías ponían una olla grande con canela y luego le echaban el café de grano. Reposaba unos diez minutos y después lo colaban para servirlo. 

Esas comidas, además de ser una mezcla culinaria interesante, estaban llenas de anécdotas, risas, a veces hasta canciones. Así que el café era el complemento perfecto para la plática de sobremesa. 

Eso sí, antes de tener edad para echarle cafeína a mi cuerpo, me daban tecito de canela, que también me sabía a gloria, más porque me hacía pertenecer a ese grupo que en vez de andar corriendo o jugando en la fuente, se quedaba en la mesa a escuchar las consabidas historias de mis tías o mi abuelo. 

Supongo que en algún momento me animé a tomar café o alguien me lo autorizó. Y no solo lo tomaba los domingos después de comer, también los sábados en la mañana, cuando mi mamá preparaba el desayuno, que nos sabía a apapacho, pues no teníamos que salir corriendo hacia la escuela o el trabajo. 

Después, en la universidad, era mi ritual obligado antes de empezar las clases, para calentarme y para despertar. 

Más tarde, en las oficinas donde trabajé, llegó a ser una actividad para unir los lazos del grupo. Todos tomábamos café como si no hubiera un mañana. Una jarra al llegar y una jarra después de comer. Y a veces, después del trabajo, todavía iba por un café con alguna amiga. 

Una vez, una de mis mejores amigas, al llegar a su casa me dijo: 

- ¿Quieres un café? 

Y yo:

- ¡Claro! 

- ¿Nescafé o de grano?

Seguro, involuntariamente, hice una cara de rechazo.

- De grano, si se puede.



Mi amiga se moría de pena y después nos reíamos recordando la ocasión. “Creo que me echaste ojos de pistola”, decía. 

Y es que el café soluble solo existe para echárselo de vez en cuando a la leche caliente y cuando no hay más remedio. 

Hoy en día, sigo poniendo una cafetera en la mañana y a veces una en la tarde. O, cuando quiero algo diferente, uso mi prensa francesa. Eso sí, la cafetera italiana y yo nomás no nos entendemos. No he logrado agarrarle el punto exacto para que quede un espresso rico, pero no amargo. En fin, seguirá siendo mi reto para experimentar los siguientes años. 

Así que no puedo realmente empezar mi día hasta que tomo una taza de café, cargada, con un toque de canela (o de “pumpking spice” en el otoño). Y pensarían que por vivir en Playa, donde amanecemos a 26 grados, lo que menos se me antojaría es un café caliente (porque, sí, lo tomo caliente), pero ya a estas alturas además de disfrutar el sabor, creo que soy adicta, no solo a la cafeína, sino a la conexión que me genera recordar todas esas pláticas de domingo, con mi familia, con los amigos que no he visto hace años y a los días que pasaron y se fueron para no volver. 

Ya llevo dos cafés escribiendo esto, así que me reservo las otras dos tazas para después, porque también conozco mi límite y ya tengo suficiente cafeína para empezar el día. 



jueves, 21 de marzo de 2024

El Vive latino, Elvis y los espejos


El domingo mi esposo y yo nos dimos cuenta de que estaban transmitiendo el Vive Latino en Prime Video, así que decidimos ver eso en lugar de estar tratando de decidir por una hora qué ver entre todas las opciones del streaming

Muy pronto, desde la comodidad de mi sillón, me di cuenta de que estoy lejos de ser el target del festival. Ya no. Pero más allá de darme cuenta de que ya soy “too old for this shit” (como diría el buen Murtaugh en Arma Mortal), descubrí un par de grupos o artistas que me hicieron tener un poco de fe en la música actual. Por ejemplo, The Warning, unas chicas que me hicieron recordar que aunque escucho un poco de todo, mi corazón en el fondo sigue siendo roquero. Guitarra, bajo y batería. Lo más básico para hacer música estridente y poderosa. Wow!

Y en el otro lado del espectro, Silvana Estrada. Música con este toque folk, pero con letras lindas y una voz hermosa. 

Lo curioso de mis hallazgos es que son chicas muy jóvenes y ya era su segundo vive latino (el primero fue el del 2020, justo antes de la pandemia). Me sorprendió ver todo lo que han logrado a su corta edad. Siempre ha habido personas brillantes que desde muy jóvenes han sobresalido, pero me parece que pasa algo interesante con las generaciones nuevas: ya no se compran el cuento de que deben andar por el camino “seguro”, es más, saben que hay muchos caminos; y si no hay paso, lo crean.  

Y eso me lleva a otra revelación de esta semana. Vi una entrevista con Elvira Liceaga (Elvis, pa los cuates), donde platicaba de muchas cosas, pero sobre todo de su novela Las vigilantes. Me pareció curioso que a pesar de todo lo que ha logrado, se mostraba insegura de sus propios textos, de su trabajo, además de confesar que vive en ansiedad por ver tiktoks de todo lo que está ocurriendo en Gaza. Habló de cómo batalla contra esa voz que le dice que escribe puras porquerías y que no hay razón para que alguien leyera lo que tiene que decir. Y entonces me cayó el veinte: ¿será que nuestra generación esta toda sumida en ese fango de no sentirse suficiente? Es que de verdad me parece increíble que alguien que ya ha sido publicado un par de veces por una de las editoriales más fuertes del mundo, siga dudando de su trabajo y se la viva sobrepensando todo, viviendo en la angustia y la autoexigencia. Claro que también ha ido ignorando esa voz para seguir escribiendo, pero sin duda me identifiqué con algunos de esos pensamientos críticos de mis versiones pasadas.  

Y eso me lleva al tercer punto: cómo otras personas son nuestros espejos y nos reflejan a veces lo mejor y a veces lo peor de nosotros. A mi hija la he sorprendido diciendo cosas que yo me he dicho y que he tratado por todos los medios de evitar que caigan sobre ella. “Es que soy perfeccionista”, me ha dicho. “Es que qué tal que se ríen de mí”. “¿Es que por qué a alguien le gustaría lo que hago?”. ¡Mierda! ¿Cómo acabar con el círculo vicioso? ¿Dónde comenzó?

Mis papás son de las personas más brillantes que conozco, en muchos aspectos. Como maestros puedo decir que son excepcionales. Pero nunca se atrevieron a poner una escuela porque pensaron que se necesitaba mucho dinero para ponerla como ellos querían. No en una casa adaptada, como hacen la mayoría, no en un lugar pequeño para después ir creciendo. Ellos pensaban en hacerlo en grande o no hacerlo. Y no lo hicieron. Pienso en todas las personas que se habrían beneficiado de una escuela dirigida por ellos, sin mencionar la situación económica que probablemente hubiera sido considerablemente mejor si hubieran tenido un negocio propio, o la mentalidad emprendedora que tal vez mis hermanos y yo habríamos adquirido antes. Pero todos esos “hubiera” son infructuosos, como siempre. Sé que tenía que vivir lo que viví y punto. ¿Pero qué puedo yo cambiar para mis hijas? ¿Cómo romper el círculo vicioso? Dejar de dudar de mí y ponerme en el mundo. ¿Qué habrá pensado una Silvana Estrada cuando comenzó, si a los 20 años ya tenía un disco editado? “Ay, ¿a quién le va a gustar la música tradicional mexicana?”. Tal vez lo pensó, pero lo hizo de cualquier forma, a pesar de esas dudas. 

Ahora me queda inspirarme en historias de late bloomers, como Alice Munro, que cuenta cómo empezó escribiendo en la mesa de la cocina a sus 40 años. Supongo que, en comparación, ya llevo algo de ventaja a mis 42, así que replanteo la frase de Murtaugh y me digo a mí misma: “I’m not too old for this shit”.


jueves, 14 de marzo de 2024

Infatuation

 

“Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks…”. Eso hubiera dicho de nuestro noviazgo si es que hubiera existido la canción en ese entonces y si no fuera raro que yo hablara de tomar whisky estando en secundaria.
Es curioso cómo cambia nuestra percepción del tiempo. Y sí, visto ahora, fuimos novios sólo un par de semanas. Qué patético que después de tan poco tiempo yo me quedara enganchada como un adicto a las drogas (y sí, drogas sí había en mi secundaria, pero mi mayor droga sigue siendo el café con pan, así que sólo hablo por hablar).
Visto a la distancia, parece ridículo, pero en aquel entonces se me iba la vida por dicha persona. Llamémosle G. Hubo toda una telenovela alrededor de nosotros, porque además había sido novio de una de mis mejores amigas. ¡Escándala! No se preocupen, mi amiga y yo superamos ese momento y seguimos siendo amigas. Y a G lo he visto en Facebook, por lo que puedo afirmar que prácticamente no tenemos nada en común. A mí me parecía tan extraño que yo le gustara a alguien que me aferré como pulga a un perro. ¿Y por qué? Solo por un par de besos en el salón de música. Me imagino que para él fue demasiado drama eso de las miradas de mi otra amiga, los cuchicheos en el salón y las burlas de sus amigos. Ni siquiera recuerdo el momento exacto en que terminamos. No sé qué me dijo, ni dónde fue. Lo que sí recuerdo es que corrieron ríos de tinta escribiendo al respecto. Porque eso sí era: una prolífica escritora de diarios adolescentes, con canciones muy tristes de fondo y con diálogos hacia la luna, las estrellas o la lluvia. 

“¿Y cómo negarle a mi corazón…
…que aún te amo?
Que aún te extraño
Los días sin ti
Son como morir
Auuu uuu uuuu uu”

El cliché adolescente y “romántico” en todo su esplendor. Si hubiera existido Spotify en ese entonces seguramente esta canción de Coda habría sido la más escuchada de mi año. 
Yo, la más roquera, la más anti-pop, la más darks, caí en escuchar Enrique Iglesias y ver telenovelas donde la protagonista era “fea” y sufría mucho, hasta que descubría que no era fea y su galán volvía por ella. Sí que son cabronas las hormonas. Ojalá hubiera mantenido el hábito de escribir, pero eso se fue diluyendo poco a poco. 
Pero como también vivía en una casa donde se oía desde la vieja hasta la nueva trova, caí en Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina. Descubrí también a Miguel Bosé y me adentré en Duncan Duh. 

Pues, aunque no lo crean y aunque tuve otros novios de manita sudada los siguientes dos años, yo seguía suspirando por G. Tanto así que estando ya en prepa, un día me armé de valor, fui a su casa y le dejé una carta. Algo así como mi último intento de ver si podía rescatar aquel amor fugaz de dos semanas. No fue así. A estas alturas no sé si le daba ternura, lástima o era francamente una molestia para G. En honor a la verdad, él nunca fue grosero conmigo, así que al menos puedo decir que no me enamoré de un patán. Pero ah, cómo me costó salir de ahí. 
Y aunque hoy me da risa y un poco de vergüenza, también me dan ganas de irme a abrazar a mí misma en esos años. De decirme que todo iba a pasar, que todo iba a estar bien (aunque en realidad apenas estaba a punto de experimentar el verdadero amor y el consecuente desamor). Lo más curioso es que, aunque sabía que era una clavada sin remedio, eso nunca me impidió volver a enamorarme. ¿Será que los melodramas de las telenovelas me educaron sentimentalmente a seguir intentándolo? Me gusta la palabra en inglés “infatuation”, porque me suena más precisa, como si fuera una especie de hechizo el que sufrimos cuando creemos estar enamorados. “I’m infatuated”. Así que no era yo, estaba bajo el embrujo de G y me tomó un par de años encontrar el antídoto. Y ustedes, ¿han estado bajo ese hechizo?



jueves, 22 de febrero de 2024

Vida y muerte

Hace unos días cumplí 42 años. Y como la vida está hecha de opuestos que se complementan y crean un equilibrio, un día antes nos avisaron de la muerte de la abuelita de mi esposo. Uno sabe que la muerte está por llegar, a veces incluso parece ya la mejor alternativa para evitar el dolor e irse dignamente. Pero lo cierto es que nunca se sabe cómo vamos a reaccionar cuando llega. La noticia nos sorprendió en la madrugada y no pudimos volver a dormir. ¿Qué hago? Reviso mi celular, pongo café, me siento, me paro. ¿Qué más puedo hacer? Nada. Uno se siente tan inútil, tan fuera de lugar. Recuerdo igual cuando fui a ver a mi abuelo antes de que muriera. Me dieron ganas de ir al baño y no podía creer cómo algo tan mundano podía interrumpir un momento así. Pero así es. La vida sigue. Los procesos continúan su curso. Y en la víspera de mi cumpleaños, se sentía tan raro “festejar” que hace 42 años nací. Pero también es muy necesario a la vez: celebrar que sigo aquí, contar mis bendiciones, agradecer que la persona que ya no está se supo amada, que no quedó nada de nuestra parte por tratar de hacer más agradable su paso por este planeta.


Mi hija menor se despertó y, como el huracán que es, se puso a hacer sus cosas a las 3 am, sin importarle nada. Mi hija mayor, al enterarse, soltó en lágrimas. Ella es más consciente de lo que es la muerte y además tiene una sensibilidad innata que le hace experimentar todo más intensamente. Pero como decía, la vida no se detiene y horas más tarde estaba feliz de recibir su nombre de selva en los scouts. 


Por mi parte, he estado yendo y viniendo en los distintos años que me ha tocado vivir: 


“Aficionada a la lectura, el cine y la música. Paso mis días tratando de poner orden en el mundo a través de ordenar las palabras de otros. Nada me hace más feliz en las mañanas que un café bien cargado. Puedo vivir en medio del caos total, pero no soporto ver un cuadro chueco”.


Esta era la descripción de mí misma en mi blog y mi twitter. Era cuando no tenía hijas y trabajaba como editora. Y algunas partes siguen siendo ciertas. Pero ahora no tengo mucho tiempo de leer o ir al cine. Ahora paso mis días trantando de poner orden en mi casa (Sísifo la tiene fácil, comparado con las mamás que tenemos hijos pequeños) y ordenar las palabras de otros pasó a un nivel casi inexistente. 


Hoy me queda más que claro que la vida es cambiante y también me ha hecho pensar en: ¿qué va a quedar de mí cuando no esté? Se quedan las fotos, las historias, los recuerdos, pero me gustaría que quedara algo más tangible: mi voz a través de mis palabras, mis historias. Así que, en vez de dedicarme a ordenar las palabras de los demás he procurado enfocarme en las mías, escribirlas, ordenarlas, darlas a conocer. Para mí, eso es lo más cercano a la vida eterna. 


Por último, me encontré con esta imagen, muy ad hoc para mis reflexiones de estos días: “La Vida y la Muerte han estado enamoradas por más tiempo del que las palabras pueden describir. La Vida le envía incontables regalos a la Muerte y la Muerte los guarda por siempre”. 


(Créditos de la imagen y la frase a quien corresponda.)

miércoles, 21 de febrero de 2024

Fracasitos

Empiezo a escribir la idea de un cuento. Una frase que se me ocurrió ayer, 14 de febrero. Debe ser algo de mi personalidad porque soy una especie de grinch del día del amor y la amistad. No me molesta que los demás festejen (bueno, ahora no, hubo una época en que sí me chocaba ver a todos con sus globos y sus peluches caminando tan felices por la calle); pero sí me pongo como “a la defensiva”. Supongo que es un mecanismo de defensa para tratar de combatir lo empalagoso del día, así que me pongo en un “mood” amargoso. Entonces estaba escuchando mi lista de canciones de Sabina, un cínico en temas del amor. Así que una de sus canciones me detonó la idea para un cuento. Hoy me senté a escribirlo y no avancé más de un párrafo. De pronto me acordé de otra idea que me surgió ayer y abrí otro documento para plasmarla. Igual que antes, avancé solo un párrafo. Y aquí me tienen ahora, escribiendo sobre mi proceso de escritura. 

Pero antes déjenme contarles que todo esto empezó ayer. Tenía toda la mañana destinada a escribir. Qué importa que la lavadora se descompuso y tengo que llevar la ropa a la lavandería. Qué importa que comamos atún. Hoy me dispongo a escribir. Y cuando estaba ya abriendo el documento, me manda aviso la computadora de que tengo que actualizar el sistema operativo. Y bueno… que cierro todo y la pongo a actualizarse. De pronto me acordé de un video que me enseñó mi hija, de un canal de YouTube que se llama “Fracasitos”. El personaje se sienta a trabajar en su escritorio. Y dice que primero va a hacerse un café, limpiar su escritorio, y ya de paso limpiar el resto de la casa, pintarla, lavar los trastes, bañar al gato y casi casi a negociar la paz en medio oriente; todo antes de ponerse a trabajar. Y cuando por fin se dispone a hacerlo, ya es súper tarde. Mi hija me dijo: sí podrías ser tú. Y yo: ¿qué? ¿Me has estado espiando? ¿Me conoces o me hablas al tanteo? 

Así que ayer, cuando empecé con la actualización, me acordé de “Fracasitos”. Y dicho y hecho. La computadora indicó que tardaría 30 minutos en actualizar, entonces decidí meterme a bañar. Para cuando salí y terminé de arreglarme ya era hora de preparar la comida. Así que hice de comer, fui a recoger a mi hija menor, comimos, vimos un capítulo de una serie y cuando me disponía a, ahora sí, sentarme a trabajar, el Word me indicó que tenía que cerrar para actualizar todos los programas. “Fracasitos, fracasitos…”, sonaba la cortinilla en mi cabeza. 

Cuando acabó, ya era hora de ir por mi otra hija. Así que fui por ella. Le conté de regreso todo lo que había pasado y se moría de risa. Y aunque intenté sentarme a trabajar toda la tarde, había tantas cosas que ellas querían platicarme que me resigné a cerrar la computadora y escucharlas. Tal vez de esto salga una historia después…

Aquí el video de Fracasitos, por si no lo conocen: 
https://youtu.be/aao9DwwOeeY?si=XBHxMVbi497sNZxe

No tengo nada que escribir

Me enfrento de nuevo a la página en blanco y recuerdo El libro vacío de Josefina Vicens. Es admirable cómo logró escribir toda una historia con un personaje que cuenta que no logra escribir. 

Escribir sobre el vacío. Escribir por escribir. Las ocupaciones diarias me mantienen a raya. A veces, viendo girar la ropa en la secadora de la lavandería, me pregunto si esto  es lo que me espera en los años que me quedan. Una rutina doméstica que sólo se aprecia cuando no se hace. Aunque he de decir que también es algo cómodo. No hay que pensar mucho, sólo hay que seguir con la corriente de las tareas que se acumulan. El problema es que mi cabeza no para y sí sigue pensando. Todo el día y a veces gran parte de la noche. Cosas insignificantes o dilemas filosóficos. Mi mente se alimenta de todo. Por ejemplo, ahora me preocupa que tengo que cambiar las rejillas de las regaderas y que el cajón del clóset se zafó de nuevo. Pero también pienso en todos los libros que quisiera leer y no he leído y empiezo a angustiarme por el tiempo que me queda. Y luego pienso en mis papás y el tiempo que les queda y así es como paso de un problema tan pequeño como las rejillas de la coladera, a la angustia existencial. 

Me imagino que no soy sólo yo. A raíz de la pandemia me enteré de muchas personas que comenzaron a padecer insomnio, ansiedad, ya no se diga depresión u otro tipo de afecciones de la salud mental. Y sí, las meditaciones y el ejercicio ayudan, también las terapias, ya sean tradicionales o alternativas, pero a mí lo que me ha funcionado es sentarme a escribir. Lo que sea, como sea. Y por eso vuelvo a recordar a Josefina Vicens, y a Julia Cameron con sus “morning pages” y su Camino del artista. Me siento en una sequía creativa, aunque también he leído por ahí que hay momentos en que “se alimenta” la imaginación para después dar paso a la creatividad. Puede ser que esté en la etapa de “alimentación” porque eso sí, he estado leyendo muchas cosas y viendo películas o series que me parecen inspiradoras, pero las letras nomás no salen, o no como quisiera. Dejo aquí, por lo pronto, la “nada” de esta semana. 


Navidades

¿Recuerdan esa época en la que la Navidad parecía llegar muy lentamente? Ahora que lo pienso, creo que toda la expectativa que teníamos de niños en torno a la Navidad era parte de lo que más disfrutábamos. En casa, mi papá siempre dedicaba mucho tiempo a adornar y yo le ayudaba feliz con lo que podía. Poner el árbol, el nacimiento, las luces y las decenas de figuritas, tazas, velas y demás adornos que mi papá ha ido recolectando con el paso de los años. También esperaba la posada en casa de mi abuelito, con las piñatas llenas de fruta y las piñatas “para grandes”, llenas de calcetines, jabones y demás ocurrencias. 
La Cena de Navidad era un tema importante, llevaba días de preparación y muchas manos, porque los romeritos y el bacalao no se limpian solos. Pero hasta eso disfrutaba. Mis tías, Papá Oni y yo sentados en la cocina pelando papas, desmenuzando pescado, partiendo nopales, platicando o escuchando. Y en Nochebuena, no podía faltar la lectura de la Biblia y los villancicos que cantábamos a capela a la luz de las velas. 
Entonces, cuando empezaron a faltar mis abuelos, un poco de esa magia se fue apagando. Aunque no del todo, porque los que nos quedamos hemos procurado conservar lo esencial de esas tradiciones. Y más aún, con la llegada de mis hijas ha renacido esa algarabía de abrir regalos y esperar (im)pacientemente el día de poner los zapatos en la noche para despertar a encontrar regalos por toda la casa.
A pesar de esa emoción, cada año he sentido que la época se me viene encima. Pareciera que hay poco tiempo y muchas cosas por hacer. Supongo que es parte de convertirse en adulto. Y no crean, ni siquiera me considero Grinch, como otros. Sí disfruto de poner el árbol, de hacer que mi casa luzca cada vez más colorida, hasta de poner uno que otro villancico. Así que he llegado a la conclusión de que lo que extraño es esa sensación de lentitud, cuando parecía que la época navideña duraba muchísimo y había muchas cosas padres por hacer. Disfrutaba las vacaciones, el frío (que aquí en mi querida Playa no baja de 14 grados), ver a la familia, ir a escoger mi atuendo para fin de año (recuerdo que era la época principal en que mis papás podían comprarme ropa para todo el año), ver anuncios de juguetes en la televisión, sobre todo cuando veía Chabelo (sí, ver comerciales era uno de los pasatiempos cuando éramos niños), tomar ponche, ir al tianguis de la Romero Rubio. 
A veces creo que nos esforzamos demasiado por tener cosas que se irán rápidamente al olvido. Sí, está padre recibir y dar regalos, pero hoy en día siento que apreciaría más un poco de calma, de ese tiempo distendido de la infancia, con velitas, luces de bengala y “colaciones” de fruta, cacahuates y dulces que creo que ya ni existen. Este año viene parte de mi familia a pasar las fiestas con nosotros y quisiera hacer que el tiempo se estirara lo más posible para disfrutarlos y para que mis hijas sigan creando esos recuerdos que les alimentarán el corazón en su vida adulta. Ya le hice mi cartita a Santa expresándole mi deseo. Espero que me lo cumpla.  

Diciembre 2023

miércoles, 14 de febrero de 2024

Amistades

 

Ahora que se acerca el día de la amistad he estado pensando en aquellas amistades que se fueron y las nuevas que llegaron. Mucho se habla del amor, de las relaciones de pareja, de cómo encontrar tu media naranja, pero poco se habla realmente de cómo ser buen amigo o cómo encontrar amistades que te nutran. Yo me he considerado siempre una buena amiga, y siempre le he dado un gran peso a mis amistades, aunque a veces, más de las que me gustaría reconocer, esas amistades me dejaron a un lado o de plano se volvieron casi mi némesis. 
Tuve amigas que al pasar de primaria a secundaria dejaron de hablarme y me “barrían” con la mirada en los recesos. Lo peor es que nunca supe qué fue lo que hice para merecer tal trato. Otras amistades se van transformando porque todos cambiamos. Nuestros gustos e intereses cambian, evolucionan. Algunas otras amistades se mantienen en pausa hasta que volvemos a retomarlas cuando estamos en sintonía de nuevo. Otras pasan a estar en el fondo, ya no tan presentes, pero sin dejar de estar ahí, como ese ruido blanco que no se nota, pero te mantiene en un estado de paz. 
Y hay amistades que son tus confidentes, las que saben tus miedos, comparten tus alegrías y literalmente te sostienen la mano en momentos difíciles. Hay amistades que se convierten incluso en familia. 
¿Pero qué pasa cuando una de esas amistades se va? Rompe contigo y quiere alejarse de ti. El famoso “córtalas” de cuando estábamos en primaria, pero en la vida adulta, cuando hay dinero, proyectos y sociedades que disolver. Córtalas y habla con mis abogados. Así como con aquella amiga que me barría al llegar a la secundaria, me quedé con cara de “¿qué pasó aquí?”. Lo que pensé sería una amistad de por vida, una relación que se formó en la adultez y que llevaba más años de los que tenía con mi esposo, de un día para otro se terminó. 
Pocas veces nos enseñan a lidiar con eso. Debo decir que fue lo más difícil que me ha tocado superar. Ninguna ruptura amorosa se compara con el dolor de perder una amistad de ese tipo. Al menos así fue en mi experiencia. Con el tiempo fui comprendiendo que también esas relaciones van cambiando, transformándose según las circunstancias de vida. Probablemente ya no estábamos en la misma sintonía y la falta de comunicación hizo que una bola de nieve se transformara en la avalancha que nos aplastó. Y creo que tal vez si hubiéramos hablado de lo que nos molestaba podríamos haberlo solucionado, pero la otra parte no estaba dispuesta y, como dicen, a la fuerza, ni los zapatos. Pero, así como uno se recupera de un mal de amores, yo me recuperé de ese trago amargo. Acepto mi parte de responsabilidad y tomo nota para no repetir los errores en un futuro. Y como creo que todo es energía, todo lo que se movió con esa pérdida permitió que llegaran nuevas personas, quienes me han hecho recuperar la fe en la amistad. Entré a un club de lectura donde descubrí que puedo compartir intereses con personas que tienen 20 años menos que yo. Encontré amigos que comparten mi interés por la escritura, aunque en realidad no tengan mucho que ver con el mundo de los libros. Encontré amigas para ir a desayunar mientras las bendiciones están en la escuela y que entienden mis inquietudes de mamá, de emprendedora, de esposa. Y me siento muy afortunada de que esas amistades enriquezcan mi vida de muchas formas; me hacen sentir contenida y respaldada ante cualquier situación que se presente.  
Y a aquellas amistades que se han ido o que se han diluido con el tiempo, también les deseo lo mejor, porque sé que fuimos importantes en nuestros caminos y honro lo que alguna vez fue, ya sin dolor, solo con aprendizaje. Feliz día de la amistad.